www.cubaencuentro.com Jueves, 08 de julio de 2004

 
  Parte 1/2
 
La euforia de los patriotas
Trabajando para La Habana desde Miami y para Miami desde La Habana: ¿Qué celebran los dueños de la patria en sus extremos?
por RAFAEL ROJAS, México D.F.
 

Quien se haya asomado, en las últimas semanas, a una publicación oficial de la Isla, una mesa redonda de la televisión habanera, alguna estación de radio de Miami o cualquiera de las páginas de opinión de los dos principales periódicos de esa ciudad, habrá notado la renovada euforia de los patriotas cubanos. Como tantas veces en el pasado, se ha producido una perfecta sintonía entre dos discursos que se declaran la guerra a muerte.

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Gladiadores en el Malecón: ¿En nombre de cuál patria?

Los de adentro no ocultan ese frenesí que, según ellos, precede a la batalla final contra el imperio, al holocausto que justificará toda la ineptitud económica, toda la represión política y toda la soberbia ideológica, acumuladas en 45 años de gobierno unipersonal. Bastaría, para ilustrar ese patético frenesí, haber visto a Fidel Castro, quien ha regido Cuba como un pequeño César, disfrazarse ahora de humilde y heroico gladiador cristiano.

Los de afuera tampoco esconden su euforia: la de haber logrado, por fin, que el gobierno de Estados Unidos considere una solución final al problema cubano, basada en el "endurecimiento dramático", en el pleno aislamiento, en la máxima acumulación de presión interna, para que la Isla explote, y luego recomponerla al antojo. Como si un país fuera un juego de mecano y su futuro se decidiera en un club de ingenieros.

Hemos visto, pues, la fantasía de la conflagración cubana hecha retórica de exilio y espectáculo de masas. La violencia verbal que se imprime en ambas versiones remite a un mismo e irracional patriotismo, aunque partido en dos: la mitad de adentro, desesperada por encontrar el mejor y último pretexto que justifique su obscena voluntad de dominio; la mitad de afuera, también desesperada por aparentar que tras el objetivo inmediato de reelegir a su presidente se esconde un verdadero deseo de contribuir a una transición pacífica y soberana a la democracia.

Es tanta la pasión patriótica de los de adentro que una ciega emotividad se les sale por los ojos y los labios cuando imaginan y refieren ese combate contra las legiones del imperio, con su anciano líder a la cabeza, tambaleante pero firme en su ofuscación. Y es tanto el nacionalismo de los de afuera, que están dispuestos a utilizar un instrumento foráneo pero poderoso, como el gobierno de Estados Unidos, para alcanzar el fin supremo de todos sus desvelos: la libertad de Cuba.

¿La fantasía de la hecatombe?

Lo curioso es que en esta fiesta del patriotismo, el tema no es el presente de la Isla sino su futuro por conveniencia: el control de la transición. Si a los promotores de la Comisión de Asistencia para una Cuba Libre, que encabeza el canciller de Estados Unidos, les hubiera importado el presente, habrían consultado el plan Noriega con los líderes de la oposición interna (Oswaldo Payá, Elizardo Sánchez Santacruz, Vladimiro Roca, Manuel Cuesta Morúa, Eloy Gutiérrez Menoyo), con los familiares de los 300 presos políticos, con la ciudadanía de la Isla y la diáspora y con las tantas asociaciones del exilio que desean una solución pacífica y negociada al conflicto.

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