www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 2/2
 
La revolución de Noriega
Cuba y Latinoamérica en la agenda de Estados Unidos.
por ARTURO LOPEZ LEVY, Denver
 

En este contexto, Noriega lo complació con una descalificación de complicidad para todo aquel que no siga la política de EE UU, fracasada por casi cinco décadas.

Unos meses atrás, al escuchar a Noriega en una presentación en el Consejo de las Américas en Nueva York, Abraham Lowenthal criticó la mentalidad de la administración Bush que, más allá de problemas específicos, devolvía a la política latinoamericana de Washington a la administración Eisenhower.

En el caso de Cuba, Noriega vive en una permanente alucinación de "sisters" y "brothers", en Europa y el hemisferio, que comparten los intereses de EE UU con respecto a Cuba, una cárcel de toda la población: "11 millones de presos políticos".

Con desplantes moralistas, Noriega ignora que las relaciones con Cuba de europeos y latinoamericanos están basadas en sus intereses nacionales y las realidades del hemisferio, con gobiernos de izquierda en Brasil, Argentina, Uruguay, Panamá y Venezuela.

Si de trabajar en serio se trata, lo primero es reconocer la realidad. ¿Es que acaso EE UU no mantiene relaciones cordiales o incluso promueve cambios a través de incentivos similares con regímenes por lo menos tan violatorios de las libertades civiles como el cubano? Si Castro es sólo el carcelero que pinta Calzón, ¿cómo es posible que haya sobrevivido por tanto tiempo a pesar de la caída soviética? Noriega no sabe ni el lugar donde Castro se fracturó la rodilla. En la conferencia dijo que Castro se había caído en La Habana. Hasta Frank Calzón sabe que fue en Santa Clara, otra ciudad al centro de la Isla.

Lo que Noriega evidencia con sus desplantes es que la actual política norteamericana hacia Cuba, movida por las aspiraciones de recuperación de la Isla para el pequeño grupo de derechistas que la sostiene, prefiere a los activistas democráticos en las cárceles como arma de propaganda, que en las calles abogando por las soluciones centristas que la mayoría de ellos promueve.

Para esos sectores, el tema de los derechos humanos y la liberación de disidentes políticos —injustamente detenidos—, no tiene valor per se fuera de su confrontación con el gobierno. Todo eso es tan racional como perverso, pues se trata de evitar que se desarrolle una solución constructiva en torno al centro político cubano, en el que no hay espacio para las aspiraciones revanchistas de la extrema derecha.

Noriega ha dicho que "la solidaridad con el pueblo de Cuba" requiere no sólo prepararse para la transición, sino apresurarla. Para ese objetivo, lo más sensato quizás sea evitar pleitos bizantinos con España, estudiar más las realidades de Cuba y cambiar la mentalidad esquemática que lo lleva a calificar el Informe de la Comisión para una Cuba Libre como "un documento excelente que evidencia cuanto hemos logrado".

Si Noriega no puede aprender de sus críticos, por lo menos debiera aprender de lo que en el continente le ha salido bien. La administración Bush ha manejado con acierto las relaciones con Brasil, Argentina y Chile, precisamente por desarrollar un enfoque creativo, desideologizado y flexible. El canciller español Miguel Ángel Moratinos le ha dado también una lección de diplomacia, cuando expresó "sorpresa" por sus comentarios, preguntándose "si el embargo que Estados Unidos ha mantenido contra Cuba en los últimos 45 años ha sido eficaz", y recordándole que "ellos tienen su política, nosotros tenemos la nuestra".

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