www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 2/3
 
El último americano
¿Qué gana la disidencia interna cuando se hace una foto que podría ser malinterpretada por el mundo y el resto de los cubanos?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Al asistir a cualquier lugar —sin detenerse a pensar si el hecho será o no del agrado del régimen de La Habana—, cualquier cubano realiza un acto de independencia. En este sentido tiene razón Payá. No hay que cruzarse de brazos y esperar por una apertura, que nunca ocurrirá. Pero un disidente no es un simple ciudadano. Es una persona obligada al ejercicio político, con todas las connotaciones positivas y negativas que encierra esta acción. Cabe preguntarse entonces por la utilidad de realizar un acto simbólico que puede interpretarse como un gesto de dependencia.

Al ser Cason el dueño del terreno, es decir, el usufructuario actual del pedazo de tierra donde se realizó el "entierro", le cabe el derecho de incluir en "la tumba" del cofre —a la que se le echó tierra encima y se le colocó luego una lápida— lo que considere conveniente. Por eso, el jefe adjunto de la misión diplomática, Alex Lee, agregó otros objetos a la caja.

Como se trató de un acto simbólico, hay que detenerse brevemente en el apellido de este funcionario. Imaginar que algún cubano presente recordó en esos momentos a otro diplomático de igual apellido. El último embajador norteamericano en la Isla —antes de que se lograra la independencia de España— fue el general Fitzhugh Lee, sobrino del célebre Robert E. Lee. De surgir el recuerdo, debe haber traído a la mente una mezcla de temor y esperanza.

Este otro Lee —olvidemos el posible parentesco, sin despreciar el valor simbólico del nombre— colocó también objetos valiosos en el cofre: un volumen de Rebelión en la Granja, la novela de George Orwell, una copia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y un broche con el número 75, en alusión a los opositores encarcelados en la primavera de 2003.

Sin embargo, ni la cifra ni las dos obras valiosas —unidas a los deseos de los disidentes— están en justa compañía al lado del discurso de Bush, también agregado a la caja, cuidadosamente atornillada y enterrada.

Asociar de esa manera el futuro de Cuba a la voluntad de un mandatario extranjero es empeñarlo. Al menos simbólicamente. Aunque se limite a un momento, en una noche de finales de este 2004, que ha sido especialmente difícil para la supervivencia de la oposición pacífica.

El año que viene

El año que comenzará dentro de pocos días se avecina marcado por una intensificación en el endurecimiento de las sanciones económicas hacia Cuba. Con el reforzamiento de las filas republicanas en el Congreso, otros dos cubanoamericanos en Washington —uno, Carlos Gutiérrez, como secretario de Comercio, y otro, Mel Martínez, en el Senado—, se habla de pasar a una política más activa en favor del embargo.

Los actuales legisladores cubanoamericanos acaban de anunciar la posible creación de un grupo (The Cuba Democracy Group) que busca pasar a la ofensiva, con la intención de limitar las ventas de alimentos norteamericanos y la aplicación plena de la Ley Helms-Burton. Falta por ver cuánto lograrán avanzar en ese sentido, pero es indudable que su poder político se ha fortalecido tras la victoria de Bush y el Partido Republicano.

Con la llegada de Condoleezza Rice como secretaria de Estado es muy posible que se materialice una actitud de abierta confrontación hacia Castro. Si a esto se suma un ascenso en la institución diplomática del actual subsecretario para el Control de Armas, John Bolton, que en repetidas ocasiones ha acusado al régimen cubano de contar con un programa limitado de investigación, que podría ser utilizado en el desarrollo del bioterrorismo, el aumento de las tensiones entre Washington y La Habana es inevitable. Una consecuencia lógica en este sentido sería el que EE UU decidiera suprimir sus contactos diplomáticos con la Isla. De darse estas circunstancias, tendríamos entonces una explicación adecuada a la actitud de Cason.

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