www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de abril de 2005

 
  Parte 1/3
 
¿Fraternidad?
Si Cuba es un magnífico ejemplo de odio entre hermanos, propiciado por un sistema fanático, ¿puede compararse la ética masónica con la filosofía de una revolución igualitaria?
por JUAN ABREU, Barcelona
 

Leo un artículo del escritor cubano Leonardo Padura Fuentes, titulado Fraternidad, aparecido en las páginas de opinión de El País (26 de marzo de 2005). En él, Padura establece un extraño vínculo entre la fraternidad practicada por los masones y una supuesta fraternidad inherente a la revolución castrista.

D. Blanco
Hostigamiento a las Damas de Blanco: ¿ejemplo de fraternidad revolucionaria?

Cierto que el artículo en cuestión está redactado de manera bastante confusa y trata de mantenerse en una zona nebulosa, en lo que se refiere a planteamientos concretos, pero queda claro que el autor se propone identificar con la dictadura prácticas y actitudes pertenecientes, o universalmente asociadas, con la masonería. Semejante despropósito, interesado o inocente, merece un comentario.

¿Fraternidad en la Cuba castrista? Respeto y defiendo el derecho del señor Padura a publicar libremente sus puntos de vista en España, país democrático donde vivo exiliado, pero discrepo de su beatífico enfoque. Miles de fusilados, decenas de miles de presos políticos y casi dos millones de cubanos exiliados desde 1959 tendrían mucho que decir respecto a la cordialidad, hermandad y compañerismo del régimen que tomó el poder ese año en la Isla. ¡Y que allí sigue 46 años después, gracias a una represión implacable y la complicidad de tantos intelectuales!

Nací en un barrio de la periferia habanera, uno de los más pobres de la capital. Pertenecíamos al estrato más bajo de la sociedad, precisamente aquellos para los que, dicen, se hizo la revolución. Mi padre era un peón que trabajaba duramente para poner comida en la mesa y ropa en los cuerpos de su esposa y sus cuatro hijos. Nací en 1952 y, a pesar de nuestra misérrima condición, mis recuerdos de infancia son entrañables.

Lo que ilumina esa etapa, sin duda la mejor de mi existencia, es la camaradería, la fraternidad imperante entre los vecinos que no dudaban en compartir lo poco que tenían con sus compañeros (todavía la palabra compañero no había perdido su belleza, todavía no se había convertido en una especie de amenazante chantaje verbal). Vivíamos inmersos en la pobreza y el trabajo duro, eso nos hermanaba y nos hacía solidarios, enaltecía nuestra humanidad.

Los valores que más respeto: la honestidad, el desprecio al oportunismo, la capacidad de ser fiel a lo que creemos justo; y la problemática costumbre de tomar siempre el lado de las víctimas y no del victimario, los aprendí en esas calles rigurosas pero tiernas. En esas calles me hice escritor y creo que mis libros tratan indefectiblemente de lo mismo: de lo que allí perdí.

Padura y el 'futuro posible'

El panorama que describo, cambió definitivamente después del triunfo de la llamada revolución (pero… ¿es revolucionario algo que premia como sistema de ascenso social el fanatismo, la delación, y condena la pluralidad ideológica y la libertad de hablar sin temor?).

En poco tiempo apareció en mi cuadra un Comité de Defensa de la Revolución, cuya tarea consistía en vigilar a los vecinos, informar sobre sus actividades subversivas, es decir sobre qué tipo de música escuchaban, sobre si los adolescentes tenían el pelo demasiado largo o vestían y se comportaban de forma inadecuada respecto a la "moral revolucionaria"; con quién se reunían y de qué hablaban y a qué hora llegaban a sus casas. Así empezamos a soñar los muchachos de mi barrio, en palabras del señor Padura, "todos a la vez, con un futuro posible y mejor".

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