www.cubaencuentro.com Viernes, 13 de mayo de 2005

 
  Parte 1/2
 
El rabo de la esfinge
¿Coinciden los nostálgicos del exterior y los jerarcas del interior en el mismo objetivo, con respecto al embargo?
por JULIáN B. SOREL, París
 

Entre los muchos incordios del exilio figura el de tener que lidiar recurrentemente con los nostálgicos del castrismo. Esos compatriotas no se resignan a la idea de que "los buenos tiempos" —cuando la URSS pagaba y ellos aplaudían, desfilaban y gritaban "Comandante en Jefe, ordene"— quedaron definitivamente atrás. Se marcharon de la Isla porque el Muro de Berlín se les cayó encima cuando menos lo esperaban y, de repente, descubrieron que su sensibilidad libertaria no soportaba los camellos, la tilapia, los alumbrones y la batalla de ideas.

Feria
Empresarios norteamericanos, durante una feria de negocios en Cuba.

Ahora no se quitan de la boca los términos canónicos de la democracia, pero en el fondo de su miocardio verdeolivo late una añoranza pugnaz por el igualitarismo miserable, el pesebre autoritario y la fantasmagoría heroica de la "revolución".

Varios de esos nostálgicos están hoy instalados en universidades y medios de comunicación del Occidente que tanto desprecian, y desde allí se dedican a defender oblicuamente las mismas posturas que los verdugos de La Habana, concentrando sus críticas y descalificaciones contra el exilio de Miami y la política exterior del presidente George W. Bush.

Ante sus diatribas, el lector desprevenido podría pensar que los fusilamientos, la represión, la militarización, el monopolio estatal de la prensa y la enseñanza, el fracaso económico y la crisis demográfica que Cuba padece son consecuencia directa de una siniestra conspiración urdida y ejecutada conjuntamente por la Casa Blanca y la Calle Ocho. Fidel Castro y sus secuaces casi no tienen nada que ver en el asunto.

Como apuntó Unamuno, hay quienes se pasan la vida contando los pelos del rabo de la esfinge por miedo a mirarle a los ojos.

Todo bien atado

Sirva de ejemplo al canto el embargo que Estados Unidos mantiene (apenas) sobre el régimen cubano. El embargo es, por supuesto, materia opinable. Entre otras cosas, porque nadie es capaz de predecir con exactitud qué va a pasar en Cuba y cuál será el grado de influencia atribuible a la política de Washington en esos hipotéticos sucesos.

Quienes lo critican desde el exilio suelen aducir, entre otras razones, que la abrogación de las restricciones vigentes contribuiría a ablandar el castrismo y a preparar las condiciones para una futura transición pacífica a la democracia. Implícita en este razonamiento va la idea de que buena parte del carácter represivo del régimen castrista se explica como reacción a la hostilidad de Washington. Una vez desaparecida la hostilidad —aseguran—, la dictadura se apaciguaría y se crearían las condiciones que permitirían a la sociedad civil preparar la transición.

Pero la realidad, siempre tan terca, se empeña continuamente en demostrar lo contrario. En estos días, al tiempo que aumentan los negocios con Estados Unidos, se intensifican en la Isla las medidas represivas encaminadas a estrangular la disidencia, restablecer el monopolio estatal de la economía y volver a la planificación centralizada en el peor estilo soviético. Desde la introducción del chavito para sustituir al dólar, hasta el panegírico televisivo de la olla de presión y la ayuda de Pekín, todo indica que el Comandante Único recoge cabos, con miras a dejarlo todo atado y bien atado. O sea, mientras menos embargo, más represión y más estatización.

A la par de los nostálgicos, el gobierno cubano también ataca al embargo y hace todo lo posible para que sus proveedores estadounidenses induzcan a Washington a eliminarlo. Y lo hace no porque la gerontocracia cubana padezca una pulsión suicida o haya perdido la razón, sino precisamente porque ve en la eliminación del embargo una victoria política y económica que consolidaría su dominio sobre la Isla y le permitiría —como aconseja el príncipe de Salinas en las inolvidables páginas de Lampedusa— "cambiarlo todo para que todo siga igual".

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