www.cubaencuentro.com Domingo, 22 de mayo de 2005

 
  Parte 1/2
 
Los escritores de los políticos
¿Está Hugo Chávez más interesado que Fidel Castro en buscarle glamour al socialismo?
por EMILIO ICHIKAWA MORíN, Homestead
 

En un manifiesto electoral publicado en una revista estudiantil de la Universidad de Friburgo el 10 de noviembre de 1933, el filósofo alemán Martin Heidegger dotaba de significado teológico a las elecciones convocadas por el Führer. No importaba siquiera el resultado de las mismas, lo importante, según el pensador, era el llamamiento destinal que había hecho Hitler a la nación alemana. El chance que le había dado a su pueblo para expresar su espíritu: ya no era la filosofía sino la política quien debería expresar el "alma nacional". Más que la metáfora, era la razón quien se había realizado.

F. Castro
Chávez, Castro: ¿el bolivariano y el no-ideólogo?

Aunque los cubanos nos contrariamos cuando la comunidad internacional no condena con la misma seriedad los estragos del castrismo que los del nazismo, lo cierto es que entre las dos experiencias históricas hay desniveles importantes. Las diferencias las dictan los tiempos y la seriedad de los despropósitos.

A diferencia de Hitler, Castro no ha contado con un ideólogo de magnitud. En rigor, no hay ideología castrista, ni la historia de la revolución cubana ha conocido jamás una desavenencia jurídica a la altura de la sostenida por Hans Kelsen y Carl Schmitt.

Castro, por subestimar la decencia moderna de ofrecer una legitimación filosófica del poder, ni siquiera ha tenido un apólogo a la altura de Pablo Carrera Jústiz, quien fue capaz de justificar, en un discurso en el Hotel Comodoro en los días posteriores al 10 de marzo de 1952, el golpe de Estado de Fulgencio Batista, apelando al derecho de resistencia que introdujera Tomás de Aquino en el Derecho Canónico.

Castro ha tenido adulones (cicerones o chicharrones), escritores cortesanos que sirven para dar cierto caché a su régimen. No mucho más. Los únicos proto-ideólogos relativamente notables con que ha contado el castrismo son Cintio Vitier y Norberto Fuentes.

El primero, porque le ofreció una mezcla muy aprovechable de nacionalismo, martianidad, retórica literaria y ética conservadora (casi republicana en términos norteamericanos, pero curiosamente menos "compasiva"); el segundo, porque ha tenido el valor de acoplar la veneración del caudillo autoritario con el discurso negativo de la identidad cubana. Para Fuentes, el castrismo estaría avalado por la necesidad de control que merece un pueblo de naturaleza desordenada ("No somos suizos", era un eslogan de Orestes Ferrara devenido anécdota autocompasiva nacional).

Curiosamente, hay personas en el Arzobispado de La Habana que piensan de manera similar, aunque con índole más despectiva.

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