www.cubaencuentro.com Domingo, 22 de mayo de 2005

 
  Parte 1/2
 
Héroe o villano: doble rasero para juzgar a un terrorista
Si la justicia norteamericana le otorgase el asilo político a Posada Carriles, ¿estaríamos ante un hecho excepcional?
por VICENTE ECHERRI, Nueva York
 

La reciente petición de asilo político hecha en Miami de Luis Posada Carriles —connotado anticastrista a quien acusan de haber cometido actos de terrorismo y quien fuera indultado meses atrás por Mireya Moscoso, la presidenta saliente de Panamá— ha provocado la cólera de Fidel Castro y la demanda, pública y diplomática, al gobierno de Estados Unidos de que no se le otorgue ese asilo.

P. Carriles
Luis Posada Carriles, al abandonar Panamá.

Los amigos y admiradores de un hombre que ha envejecido en la lucha clandestina contra la dictadura cubana creen, por el contrario, que Posada Carriles es un patriota que merece ser amparado de sus enemigos políticos. A tan opuestos criterios deberá enfrentarse el juez de inmigración que, en cuestión de días, habrá de decidir si este hombre, al que algunos tienen por un monstruo en tanto otros consideran un héroe, merecerá el asilo o la deportación.

La indulgencia que Estados Unidos ha mostrado para algunos exiliados cubanos acusados de actos de terrorismo es constantemente denunciada por el régimen castrista y sus simpatizantes como una muestra flagrante del doble rasero de Estados Unidos al juzgar cierta clase de delitos violentos; esa duplicidad, desde luego, tiende a hacerse más escandalosa cuando el gobierno norteamericano se empeña en una cruzada a escala planetaria contra el terrorismo —promovido, casi en su totalidad, por el fundamentalismo islámico— y cuando, luego de acciones tan gratuitas como la destrucción del Centro Mundial del Comercio en Nueva York, o los atentados del año pasado en Madrid, el terrorismo se ha convertido en un crimen mucho más execrable.

Sin embargo, cualquier favoritismo de las autoridades norteamericanas hacia Posada Carriles estaría lejos de sentar precedentes, ni políticos ni morales. Lo cierto es que el terrorismo —inducido o tolerado por el Estado— forma parte desde hace mucho del repertorio de las "acciones políticas" y, en consecuencia, muchos terroristas serán héroes —o viceversa— según la ideología, amistosa o adversa, de quien los juzga.

La revolución y las bombas

El castrismo llegó al poder, amén de la podredumbre moral que minaba al gobierno de Fulgencio Batista, gracias a una sistemática campaña de terrorismo en la cual los elementos subversivos se dedicaron a aterrar a la ciudadanía plantando bombas y otros artefactos incendiarios y explosivos en sitios públicos, donde resultaron muertas y mutiladas unas cuantas personas inocentes.

Algunos de estos hechos desencadenaron las violentas respuestas de la policía, dando lugar a un círculo vicioso de atrocidades que contribuyeron a desacreditar aún más a los organismos de orden público y a precipitar el colapso del régimen; pero lo cierto es que muchos de los "mártires de la revolución" que hoy honran en Cuba, y cuyos nombres llevan escuelas y calles, no fueron más que vulgares terroristas que entendían que hacer la revolución era colocar una bomba en el baño de un cine o de una tienda, sin importarles quien pudiera morir en su explosión; y si no lograron hacer más daño ni causaron mayor número de muertes, se debe mucho más a su falta de pericia en la fabricación y manejo de estos artefactos y a los rudimentarios explosivos que usaban, que a cualquier tipo de contención moral.

Pero en esto la revolución cubana no es ninguna excepción. Muchos de los dirigentes israelíes, que han denunciado a lo largo de los años a los terroristas palestinos, fueron terroristas ellos mismos en su lucha contra la dominación británica, como fue el caso del primer ministro Menahen Begin, a quien se le responsabilizaba por el atentado que costó tantas víctimas en el hotel Rey David de Jerusalén.

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