www.cubaencuentro.com Lunes, 13 de junio de 2005

 
  Parte 1/2
 
La democracia según Alarcón
Como en la Alemania nazi, en Cuba no existe libertad sindical, ni partidos políticos ni sociedad civil independiente; pero para el presidente del Parlamento esas son sólo pedanterías occidentales.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
 

En el acto de presentación del tercer volumen del libro Cuba y los Derechos Humanos, celebrado recientemente en la Plaza Ignacio Agramonte de la Universidad de La Habana, Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, expresó que el libro trata, entre otros temas, "el sistema democrático establecido por el pueblo cubano en ejercicio de su soberanía y las garantías en la legislación nacional cubana de los derechos civiles y políticos".

R. A. de Quesada
Ricardo Alarcón: ¿un erudito sobre derechos humanos neofascistas?

El líder parlamentario aseguró en su disertación, además, que el nuevo texto "aborda la esencia de la democracia, las transformaciones que en salud, educación, deporte y cultura se han realizado en Cuba para hacer realidad aquello que los tratadistas veían posible sólo en el reino de la utopía".

Es como para escuchar y no creer. Todo parece indicar que el señor Alarcón vuelve a hacer alarde de la inconsistencia intelectual y de carácter que hace casi una década lo llevó a hacer el más resonante ridículo en su recordado debate televisivo con el finado líder de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), Jorge Mas Canosa.

Tal parece que el señor Alarcón, después de más de cuatro décadas de bregar político y diplomático, y a pesar de su reconocido bagaje intelectual, no ha logrado percibir la importancia que para la vida moderna tienen el ejercicio pleno de las libertades públicas, el reconocimiento institucional y estructural del pluralismo político y la diversidad cultural; el rol de la opinión pública y la posibilidad para los ciudadanos de escoger, entre varias opciones, poderes elegibles, cuestionables y revocables, como fundamentos esenciales para procurar el establecimiento de equilibrios y alcances sociales, tan importantes para la más armónica y civilizada convivencia.

Privilegiar de manera caprichosa e interesada los derechos sociales sobre los civiles y políticos es como pretender construir rascacielos sin cimientos; pero elevar el supuesto disfrute pleno de esos derechos sociales al rango de esencia de la democracia constituye el colmo del desquiciamiento conceptual y una ofensa flagrante a la inteligencia ajena.

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