www.cubaencuentro.com Viernes, 15 de julio de 2005

 
  Parte 1/2
 
Denigrar la carne en casa del hambriento
Frente al doble discurso y al escepticismo democrático de José Saramago, el compromiso intelectual de Mario Vargas Llosa.
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

Pocos intelectuales contemporáneos se han enfrentado tan abiertamente al régimen de Fidel Castro como Mario Vargas Llosa. Su relación con la sufrida isla caribeña tiene larga data, se adentra en los mismos inicios del proceso que consolidó en el poder al barbudo Comandante, y por mucho que sus detractores lo critiquen, si algo no podrán jamás reprocharle será su hondo y cabal conocimiento del caso cubano.

J. Saramago
Saramago continuó su gira latinoamericana por El Salvador, donde recibió un doctorado Honoris Causa.

Vargas Llosa pasó de ser un joven entusiasta de la revolución cubana, en los sesenta, a figurar entre las cabezas más visibles de las condenas mundiales a los atropellos de un régimen que no tardó mucho en sacudirse de encima a los incómodos "canallas" —el término, como saben o imaginan, es del propio Fidel Castro— de la intelectualidad, de izquierda o no, pródiga en exigencias que el caudillo no estaba dispuesto a cumplir.

A la vez que gran armador de ficciones noveladas, el autor de Conversación en la Catedral ha desplegado una incansable labor como columnista en diarios de España y América. Están sus libros, como Los desafíos de la libertad y El pez en el agua. Están sus apariciones y declaraciones públicas por todo el mundo. Muchos de sus artículos y ensayos breves sobre temas de actualidad, los ha dedicado a enfocar desde una perspectiva meridianamente crítica la penosa situación en la que se hallan Cuba y su pueblo, ambos secuestrados por un pequeño grupo que detenta y maneja a placer todos los poderes.

No en balde en la Isla su nombre es continuamente omitido o injuriado por la oficialidad y sus libros; aunque siguen siendo admirados y releídos, no circulan comercialmente ni forman parte de ningún catálogo editorial aquí dentro. Quienes tengan que mencionar su nombre por alguna razón ineludible, se cuidan mucho de gastarse elogios y se apresuran a desmarcarse con una frase por el estilo de: "No estamos de acuerdo con sus ideas políticas". Fue el lamentable caso del poeta César López ante las cámaras de la televisión nacional, escogido días atrás para presentar la adaptación cinematográfica de La ciudad y los perros.

La cinta de Francisco Lombardi fue exhibida en pleno maratón mediático de películas y documentales con temas basados en la represión militar, la corrupción de las instituciones castrenses y gubernamentales, y las violaciones de los derechos humanos en América Latina, a propósito del encuentro internacional denominado, cínicamente y con la típica grandilocuencia del régimen, "contra el terrorismo, por la verdad y la justicia", celebrado en La Habana.

Y ha sido el no menos lamentable caso de numerosos escritores e intelectuales que en voz baja dicen admirar la obra y hasta la estatura moral del peruano, ahora nacionalizado español, y en público se desdoblan en críticos acérrimos para granjearse pequeños favores dentro del deteriorado orden de cosas imperante en la Isla. Y lo más curioso es que Vargas Llosa les seguirá dando trabajo y motivos para que continúen su juego, a juzgar por la constancia de sus denuncias contra lo que él ha llamado acertadamente, "la satrapía de Fidel Castro".

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