www.cubaencuentro.com Viernes, 15 de julio de 2005

 
  Parte 1/2
 
Los batistianos se acercan por el camino de Surrey
Dictadores, propiedades y la interpretación de los hechos. ¿Son los detractores de Fulgencio Batista quienes lo mantienen vivo?
por NéSTOR DíAZ DE VILLEGAS, Hollywood
 

Hace poco, la televisión pública norteamericana pasó un programa sobre la hija de un banquero vienés a quien los nazis arrebataron el patrimonio familiar. La mujer, que había ganado un célebre caso de reclamaciones luego de larga batalla en los tribunales, mostró antiguas fotos donde su padre posaba frente a los bancos y palacios confiscados. "Si ésta fuera la hija de un banquero cubano siquitrillado", pensé entonces, "no pasaría de ser una gusana resentida".

F. Batista
Fulgencio Batista (1901-1973).

Si Arturo López-Levy fuera un judío austríaco, probablemente su prioridad sería hoy la reclamación de la hacienda confiscada. Sin embargo, Arturo López-Levy, que es cubano de Denver, ha sucumbido a la tentación tan criolla de "chotear" esas mismas reclamaciones, hechas en este caso por sus coterráneos, a quienes les fueron arrebatadas sus propiedades por otro nacionalsocialismo.

Su artículo La propiedad olvidada, que desde el inicio intenta meterse en relativismos históricos, abre con esta misteriosa cita: "La revolución social y la consiguiente transformación radical de la sociedad cubana no fueron una aberración pero tampoco eran inevitables. La vieja Cuba abrigaba esas opciones tanto como otras que nunca (…) se concretaron". Dicho con Stephen Hawking: si mi abuela tuviera ruedas fuera bicicleta.

Hace años que la astrofísica dio cuenta de tales rompecabezas. No se trata de "opciones" —ni de la vieja Cuba, ni de otras viejas abrigadas. No hay nada "optativo" en la historia de un universo o de un pueblo. En algún punto entre la "aberración" y la "inevitabilidad" quedan los temidos agujeros históricos que nunca llegaremos a explicar completamente.

De Fulgencio Batista, nuestro gran hueco negro, Levy dice muchas cosas —y podrán decirse muchas otras: el Indio ha devenido un clásico, del que se habla sin haberlo leído. Pero, sucede que "leer" a Batista va haciéndose cada día más difícil: invito a los lectores a entrar en Google y buscar el nombre del Taquígrafo de Banes. Comprobarán, con asombro, que en su lugar aparece un vacío, producto, seguramente, de lo que Levy llama un "enjuague ideológico": portales y más portales dedicados a Fidel Castro, al Granma y al Che Guevara —y a esa revolución que, de acuerdo a nuestros doctores, viaja a caballo entre el ser y el no ser—; pero del Indio, ¡nada! Sin duda, el personaje histórico más influyente de la era republicana cayó por un agujero en una de esas "opciones que nunca se concretaron".

Tal vez por eso el batistato se nos presenta hoy como un país de las maravillas. Hasta los intelectuales que contribuyeron a apagar la vela (de la "brutal dictadura de derecha" que pinta Levy) se pasaron el resto de sus tristes existencias tratando de imaginar cómo luciría la llama después de apagada.

Batista murió hace 32 años

Son sus detractores, paradójicamente, quienes han mantenido a Batista vivo: hace poco discutí con unos manifestantes pro castristas en Los Ángeles. Enseguida me atacaron con el trillado estribillo: "¿Entonces tú eres de los que quiere que regrese Batista?". ¡Tuve que recordarles que Batista había muerto hacía 32 años! ¡Que el único sitio de donde podría regresar ese cosmonauta mulato era del futuro!

Afortunadamente, Dios no juega a los dados. El investigador David Schidlowsky ha desempolvado, de entre la ruinas del templo del "no-ser", un documento en el que Pablo Neruda da la bienvenida a Fulgencio Batista a la Universidad de Chile, en el año 1944. Súbitamente nos vemos enfrentados con este pequeño universo:

"Ha llegado al mundo la hora del pueblo, la hora de los hombres del pueblo, la hora en que Batista se confunde con los héroes populares de nuestra época, Yermenko, Shukov, Cherniakovsky y Malinosky (…) Saludamos al que ha restituido a Cuba el honor y el nombre, al proteger las organizaciones y partidos del pueblo, al llamar a los mejores intelectuales a colaborar en los destinos comunes, al reanudar las relaciones con la Unión Soviética entre los primeros países de América, al declarar la guerra a los bandidos de Alemania e Italia, al fustigar y despreciar a Franco y sus enviados públicamente, una y mil veces…".

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