El presidente norteamericano George W. Bush apeló a la paciencia y el miedo al dirigirse a la nación en su último discurso sobre la guerra de Irak. Pero una vez más se aferró a una visión ajena a lo que realmente está ocurriendo en el país árabe, más cercana al fanatismo que a una evaluación crítica de la situación.

Tras la explosión de un coche bomba en Irak.

En cinco ocasiones el mandatario se refirió directamente a los atentados del 11 de septiembre de 2001. En otras aludió a estos hechos y otros ataques. Un par de veces mencionó a Osama bin Laden. Hizo abundantes señalamientos sobre terroristas y talibanes, Al Qaeda y Afganistán, carros bombas y ataques suicidas. El nombre de Sadam Husein —específicamente la mención al "régimen de Sadam Husein"— apenas figuró dos veces. Como en otros momentos durante su primer mandato, apeló al temor del pueblo norteamericano frente a la amenaza terrorista para acallar cualquier crítica hacia la marcha de los acontecimientos en Irak.

Pese a la falta de pruebas que vinculen a Al Qaeda con el régimen de Husein, el presidente continúa considerando la guerra de Irak como parte de una batalla mayor contra el terrorismo internacional, iniciada tras los ataques del 11 de septiembre.

"Para completar la misión debemos evitar que Al Qaeda y otros terroristas internacionales conviertan a Irak en lo que fue Afganistán bajo el gobierno talibán: un refugio seguro desde el que se podían lanzar ataques contra Estados Unidos y sus aliados", expresó el presidente.

La declaración elude señalar que el peligro de que Irak se convierta en un nuevo Afganistán es una consecuencia y no una causa que justifique la invasión de la nación árabe. Pese al rechazo que despertaba la tiranía de Husein, no se puede acusar a éste de amparar o apoyar a los terroristas islámicos que realizaron los ataques en Estados Unidos.

Más dudas que esperanzas

Es cierto que la hipotética existencia de un Irak democrático y pacífico —algo muy lejos aún de alcanzarse— contribuiría a la estabilidad política de Oriente Medio. Sin embargo, la vía escogida por la administración republicana para este objetivo despierta más dudas que esperanzas. Cabe añadir cuál democracia y qué tipo de paz.

El invocar el temor ante nuevos atentados sirve para acusar a quienes desean una evaluación precisa del rumbo de la guerra en Irak y Afganistán —hablar de paz y objetivos cumplidos en estas acciones es apartarse de la realidad— de ser "blandos" frente al terrorismo, como hizo en fecha reciente el asesor político presidencial Karl Rove, en un comentario que provocó fuertes críticas de los demócratas.

El recurso del miedo para justificar errores es un viejo truco político. La práctica es conocida por quienes viven bajo la dictadura de Fidel Castro. Hacer llamados a la conciencia ciudadana y exigir sacrificios en nombre del futuro, es una forma más fácil de eludir cualquier enfrentamiento con una situación que deja en entredicho la labor de un mandatario. Bush apela a la paciencia y determinación del pueblo norteamericano, mientras sigue aferrado a una política en Irak que debe ser modificada.

El presidente recurrió de nuevo a su estilo de proyectar confianza ignorando los detalles y los hechos cotidianos en favor de una visión a largo plazo. No hay duda de que esta táctica le ha rendido grandes dividendos políticos. Pero la firmeza no debe convertirse en una obstinación —o fanatismo— que lleve a ignorar cualquier dato que se aparte de "la línea oficial".