www.cubaencuentro.com Viernes, 15 de julio de 2005

 
  Parte 1/3
 
La propiedad olvidada
Los descendientes políticos de Batista y los defensores del embargo: ¿Parte de la solución o del problema?
por ARTURO LOPEZ LEVY, Denver
 

Como ha escrito Marifeli Pérez-Stable en su importante estudio sobre la revolución cubana: "La Revolución social y la consiguiente transformación radical de la sociedad cubana no fueron una aberración pero tampoco eran inevitables. La vieja Cuba abrigaba esas opciones tanto como otras que nunca —o sólo parcialmente— se concretaron".

R. D. Balart
Rafael Díaz-Balart. (CONTACTO-CUBA)

Aun en tiempo de la dictadura batistiana, oportunidades múltiples para salvar la República de las opciones extremas fueron malgastadas por la soberbia gubernamental y el pusilánime liderazgo de la élite política tradicional. Quizás el hecho más representativo de aquella irresponsabilidad fue el fracaso del diálogo cívico propuesto por el visionario Don Cosme de la Torriente, y terminado en la masiva manifestación del muelle de Luz, sin cuajar en una solución negociada al quebrantamiento institucional del 10 de marzo.

Lo anterior conviene recordarlo porque los herederos de la élite política prerrevolucionaria reclaman todo en Cuba, menos una propiedad que le pertenece por entero: la de la responsabilidad por el triunfo castrista. Las revoluciones no ocurren cuando los encargados de la política ofrecen respuestas responsables a los problemas centrales de la vida de los pueblos: vivienda, transporte, alimentación, libertad. Si la revolución triunfó en Cuba, y por algunos años gozó de masivo apoyo popular, fue porque el desgobierno, el servilismo y la corrupción de la dictadura de Batista y la negligencia de buena parte de la oposición crearon condiciones para su legitimidad.

Enjuagues ideológicos

Aquellos que no aprenden de sus errores están destinados a repetirlos. Por eso es importante pensar la historia nacional sin los enjuagues ideológicos que son costumbre en el exilio cada vez que muere un político tradicional. Recientemente, apretaron tanto que se llevaron la rosca. A Rafael Díaz-Balart, batistiano intransigente, lo colocaron en el pedestal de Cosme de la Torriente como patriota comprometido con la concordia y la paz nacional, advirtiendo de los peligros que para esos propósitos representaba la amnistía a los moncadistas. Para ponerle la tapa al pomo, a Felipe Rivero, antisemita rabioso y oligarca irresponsable, que nunca hizo nada por alcanzar un mínimo de justicia y distribución equitativa en la República, casi lo colocan entre Martí, Maceo y Agramonte.

En historia, sin embargo, cada cual tiene derecho a su interpretación, pero no a sus hechos. Es lamentable como la prensa exiliada, especialmente The Miami Herald, es incapaz de tener un juicio balanceado sobre ninguno de estos personajes, independiente del homenaje que sus seguidores quieran brindarle. Como The Miami Herald quiere publicar documentos "históricos" de Díaz-Balart, sugiero indagar qué dijo este "demócrata" cuando apareció el cadáver de Pelayo Cuervo o cuando las hordas juveniles del Partido Acción Unitaria, dirigidas por él, atacaron la Universidad del Aire, del destacado intelectual cubano Jorge Mañach. Para no ir tan lejos de su Banes de infancia, sería interesante publicar lo que dijo el "patricio venerable" sobre las pascuas sangrientas del coronel Cowley o los crímenes de los Tigres de Masferrer.

Sobre el otro gran "prócer" de la patria, Felipe Rivero, al que benévolamente se le enjuagó como "figura controversial", es suficiente recordar su negación del holocausto judío y sus socarrones elogios al nazismo. Con dramático llantén, algunos recordaron que Rivero se encaró en un debate con Carlos Rafael Rodríguez, un intelectual con una obra y un accionar político muy superior al suyo, cuando fue capturado por su participación en la expedición de Bahía de Cochinos. Tan emotivos dolientes olvidaron que escoger entre fascismo y comunismo es no tener alternativa democrática. Si de honestidad se trata, por lo menos Carlos Rafael Rodríguez no negó los crímenes de Stalin, aun cuando expresó juicios positivos sobre su papel en la historia mundial.

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