Quizás como nunca antes, las dos Cuba están representadas diplomáticamente en Madrid. Por la exclusiva calle Serrano, que comienza donde se levanta la Puerta de Alcalá, se pasea el cubanoamericano Eduardo Aguirre, camino a su nuevo despacho en la Embajada de Estados Unidos en España.
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Moratinos, canciller español, recibe al embajador Aguirre (izq.). |
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Aguirre nació en la Isla y emigró a Norteamérica con 15 años, durante la Operación Pedro Pan. George W. Bush acaba de encomendarle la misión de representar a Washington en Madrid, un empeño complicado tras los roces bilaterales originados por la retirada española de Irak.
A pesar de todo, Aguirre parece haber traspasado la puerta (de Alcalá) por su lado grande: la prensa española no se ha medido en elogios. El diario El País, icono por excelencia del centroizquierda, le ha calificado en un extenso reportaje como "el embajador que sabe escuchar". El Mundo, segundo diario nacional y referente del centroderecha, destacó que Bush le ha pedido a Aguirre que sea "su cara y su voz" en España.
Sin embargo, lo que más ha llamado la atención de analistas locales, tanto en círculos diplomáticos como mediáticos, es el espíritu de consenso con que el cubanoamericano ha iniciado sus actividades en España, quizás por la mimesis con que hoy se evalúa a todo el entorno de Bush.
De entrada, un colaboracionista Aguirre, dispuesto a "dejar en el pasado" los conflictos acaecidos entre ambas partes, ha hecho una interesante reflexión, propia de la inteligencia y el pragmatismo que se le adjudica: "EE UU tiene un interés respecto a Cuba que es común con el interés de España. Ambos buscamos que haya libertad y democracia en Cuba". Aunque distingue claramente que el gobierno de Zapatero cree que "esa meta puede alcanzarse por un camino", en tanto que Bush "cree que debe hacerse por otro". "Vamos a ver", precisó, "si en algún momento los dos caminos se encuentran y se llega a la meta común".
Las declaraciones del nuevo embajador norteamericano en Madrid, más allá de la prudencia de su función, no sólo abren el interesante camino de la complementariedad entre dos fórmulas para alcanzar un objetivo similar, sino que desinflan la falaz teoría de ciertos sectores que continúan esgrimiendo la "complicidad" y los "balones de oxígeno" entre Madrid y La Habana. Aguirre no parece dispuesto a caer en la tentación de sacarle provecho ideológico a la tragedia cubana, y más que uniformidad de métodos, pide resultados. Hasta ahora, y muy a pesar de todos los demócratas, tanto Washington como Madrid tienen poco tangible que exhibir. |