www.cubaencuentro.com Jueves, 31 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
Pero se mueve
El pueblo y la solidaridad internacional como protagonistas en la dinámica de los acontecimientos actuales en la Isla.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

En tiempos de Galileo la iglesia católica pensaba en la Tierra como algo inerte, de vocación estatuaria, pero llegó el italiano y demostró que se movía. Durante no pocos años pareció que la historia de Cuba se estancaba, pues no había indicios —esos gritos echados afuera por una garganta múltiple— que invitaran a creer que en el hondón de la Isla algo cuajaba. Su historia, sin embargo, ha comenzado a moverse, y aunque su dirección en lo inmediato se perciba de forma precaria, no hay duda de que el movimiento es ya, al menos, un hálito de esperanza.

Fidel Castro
Castro: una víctima de su biografía y su yo.

Una mirada displicente arrojaría que es Fidel Castro quien maneja la dinámica, toda la actividad actual. Pero eso estaría, sin duda, en las fronteras de la verdad. El protagonista de lo que ocurre hoy en la Isla es el pueblo cubano. De aquí salieron los que llevaron los aviones a Estados Unidos y los que intentaron conducir la lanchita de Regla hacia ese país. Existe absoluta certeza de que este pulso con la autoridad, este desafío, provocó el descontrol del régimen, algo no tan evidente desde el llamado caso Ochoa.

El movimiento aludido venía mostrando sólidas vetas morales que pugnaban por su escenario, por hacerse oír, por desafiar también la postura marmórea del sistema, camino único para ir acercando, en fin, una nueva hegemonía, como quizá le hubiera gustado decir al tan recordado Antonio Gramsci. Las miles de firmas estampadas en el Proyecto Varela habían indicado antes la calidad de esa emergencia, la fibra del desacato, mensaje que traía obviamente anuncios de tormenta.

Pero hoy no se observa al Castro de otrora, realmente decidiendo a partir de reflexiones sobre territorios intelectuales de determinado conflicto. A ojos vista se empequeñece, se reduce a un Júpiter de utilería que lanza rayos. Castro pincela en los días que corren su mejor autorretrato, cuyos contornos coinciden cada vez más nítidamente con los de un mero verdugo. Él es víctima de dos procesos: el primero, su miedo cerval a la desestabilización, que, de llegar, sabe a esta altura una franca derrota. El segundo, de índole histórica, habría que hallarlo en la articulación sin pausa del oscuro cuadro que enseña la sociedad cubana en la actualidad. Si se entendiera que esto se anuda estrechamente con la soberbia y egolatría que lo consumen, el "jefe", como le llaman sus íntimos, no es hoy más que una víctima de su biografía y su yo. Le sucede como al personaje de Shakespeare, que había avanzado tanto en el camino del crimen que le resultaba más fácil alcanzar la otra orilla que retroceder.

Alguien dijo una vez que Fidel Castro no era brillante en plantear pelea, sino en la riposta. Es precisamente aquí donde ahora yerra. Lo cierto es que se le agotó en cualquier instancia la capacidad de invención, y no frente a Estados Unidos, también, y esto es fundamental, ante el reto de quienes parece que han recolectado la indignación de muchas décadas y mucha gente. La rebeldía suele ser el estado más sublime del hombre y en determinadas circunstancias es también la madre de su genialidad. Al igual que esos personajes secundarios que desatan en la literatura y el cine las grandes tragedias, Fidel Castro es un ocaso, y las sombras nunca señorearon la pantalla.

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