www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
  Parte 2/3
 
El día después
Dólar versus peso: ¿Qué patrón monetario podría implementarse en Cuba durante una transición democrática?
por ENRIQUE COLLAZO, Madrid
 

El dólar: A favor y en contra

Algunos observadores opinan que permitir la circulación del dólar en la Isla ha sido una decisión muy acertada, debido a la profunda asimilación que ha alcanzado dicha moneda en los hábitos mercantiles de buena parte de la población; además de significar un incentivo para atraer la inversión extranjera directa. Investigadores cubanos han determinado que el valor de los dólares en circulación excede el valor de los pesos en circulación y que desde 1996 el grado de dolarización de la economía cubana se ha incrementado significativamente (Archibald R.M. Ritter. La unificación de los sistemas monetarios duales y los sistemas de tasa de cambio en Cuba. CEJA, Bogotá, 2003).

De ahí que algunos piensen que una Cuba post Castro debería renunciar a tener una moneda nacional propia, sobre todo por su condición de país pequeño, de economía abierta, e integrada geográficamente en un área económica importante. En el contexto globalizador actual, concebir a la moneda como parte intrínseca e indivisible de la soberanía nacional, es un concepto propio de una modernidad ya superada.

Actualmente la información, las finanzas y la economía escapan frecuentemente del ámbito del Estado, que constituía la estructura político-jurídica sobre la que descansaba el desarrollo del capitalismo industrial y del llamado Estado del bienestar. Visto desde esta óptica, los posibles efectos negativos de depender del dólar se atenuarían, ya que la economía insular estaría firmemente integrada en la norteamericana, con casi 2 millones de cubanos viviendo en Estados Unidos, con inversiones potencialmente enormes de ese origen y con la mayoría de sus ingresos por ventas de bienes y servicios en ese signo monetario.

Bajo este enfoque las casas matrices de las instituciones bancarias norteamericanas establecidas en Cuba, tendrían que asumir la responsabilidad de ser prestamistas de última instancia en caso de situaciones de iliquidez y en sustitución de una institución bancaria central cubana, cuya existencia no tendría mucho sentido en tales condiciones.

Estos argumentos resumen quizás las ventajas de asumir el dólar como patrón monetario en Cuba durante la transición. Sin embargo, deben tenerse en cuenta igualmente los inconvenientes. Resulta evidente que al prescindir de una moneda nacional, la facultad emisora y, con ella, la de fijar el precio del dinero para estimular o desincentivar la actividad económica —atribución inherente a cualquier banco central— carecería de sentido, ya que tal responsabilidad recaería principalmente en la banca extranjera y en las agencias del sistema de la Reserva Federal implantadas en Cuba, tal y como ocurrió hasta 1949, período durante el cual el país no contó con banca central.

De tal modo, la nación carecería de las instituciones e instrumentos financieros indispensables para encauzar su actividad económica en un período crucial de su existencia y de su refundación nacional. Por otra parte, aunque a largo plazo la economía cubana se convierta básicamente en una economía de servicios, esto no significa que se menosprecie la potenciación de sus ingresos por exportaciones, mucho menos en los primeros años de la transición.

Sin embargo, si se opta por el dólar, las exportaciones cubanas se encarecerán irremisiblemente, ocasionando un sensible daño a los objetivos de crecimiento sobre la base de la modernización del importante sector externo de la economía nacional. Frente a esta desventaja, una política de depreciación monetaria puede representar un recurso importante para elevar la competitividad de las exportaciones insulares, siempre y cuando, claro está, sea el peso la moneda nacional.

Otro de los inconvenientes del uso del dólar es que el señoreaje o monedaje (los derechos que los países emisores tienen sobre su moneda) irían a parar al gobierno de Estados Unidos. Esto significa que por cada dólar que permaneciera en Cuba, como parte de la cantidad de moneda de la cual dispone, la Reserva Federal de Estados Unidos puede imprimir un dólar más para circulación local, sin causar inflación en la región. Así el valor de los bienes y servicios, por cada dólar, se transferiría desde Cuba al gobierno norteamericano.

Por supuesto que con una economía nacional fuertemente integrada al enclave cubano en el sur de Florida, esto no representaría una seria preocupación, como sí lo es ahora mismo para el régimen castrista. No obstante, constituye otro de los factores que podrían desaconsejar la adopción del dólar como patrón monetario en Cuba durante la transición.

Inclinados a defender la abolición gradual de la dualidad monetaria y teniendo como objetivo final la adopción del peso cubano, hay que dejar bien establecido que para que éste pueda ser verdaderamente convertible y negociable en los mercados monetarios internacionales, su valor se deberá sostener como resultado de la libre elección por parte de la población y nunca por medio de controles y regulaciones coercitivas como ocurre en este momento. Para ello sería indispensable reducir gradualmente la dolarización por medio del fortalecimiento del peso, en un contexto de sistemas monetarios y de tasa de cambio unificados, donde la banca central sea capaz de elaborar una eficaz política monetaria independiente.

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