www.cubaencuentro.com Jueves, 08 de julio de 2004

 
  Parte 1/5
 
Solos en el bosque
El Partido Comunista de Cuba después de Fidel Castro.
por ALCIBíADES HIDALGO, Washington
 

El día después de la muerte más esperada en la historia de Cuba, el Partido Comunista dispondrá finalmente de su oportunidad para intentar ejercer a plenitud el papel de "vanguardia organizada marxista-leninista de la clase obrera" o "vanguardia organizada de la nación cubana y fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado", conque se autodefinió —desde hace varias décadas y con patrones de ortodoxia leninista— en los dos textos constitucionales redactados bajo el poder que Fidel Castro ejerce hace ya casi medio siglo.

R. Castro
Juan Almeida (izq.), Raúl Castro (dcha.): ¿Rostros de la sucesión designada?

Como ya demostró la historia del poder soviético y de los países socialistas de Europa Oriental, donde los respectivos partidos comunistas decidieron efectivamente sobre el destino de la sociedad en mucha mayor medida que en el caso cubano, el ejercicio de ese poder no trajo consigo la realización de las promesas de transformaciones económicas y sociales del ideal socialista, ni la preservación del sistema, que terminó generando desde su interior las causas de su desaparición.

En Cuba, a estas circunstancias comunes del "socialismo real", hay que añadir las limitaciones impuestas al desenvolvimiento interno del partido único y a su real influencia en la vida del país, por la omnipresencia de un primer secretario del Comité Central que ha acumulado, además, los títulos de presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Comandante en Jefe y Máximo Líder para administrar la nación como una propiedad personal.

Para intentar comprender las posibles acciones y opciones del Partido Comunista del "día después", son imprescindibles algunos antecedentes de su presencia dentro de la revolución cubana y una mirada desde dentro, en vísperas del cambio inevitable.

Un partido para la revolución

A semejanza de los "partidos hermanos" que gobernaron los países del Bloque del Este europeo por más de cuatro décadas (o por más de siete en la desaparecida Unión Soviética), el Partido Comunista de Cuba (PCC) es una organización política concebida y estructurada para ejercer y conservar indefinidamente el poder. A diferencia de sus hermanos europeos y asiáticos, el PCC no dirigió ni participó en la toma del poder que luego le encargarían encabezar. No estuvo siquiera presente el día de su nacimiento: el PCC no dirigió el triunfo revolucionario con brillantes estrategias y acciones de corte bolchevique, sino fue una creación política de los guerrilleros vencedores, una vez establecidos en el poder.

Las páginas épicas de la derrota del viejo orden (o al menos su muy retocada versión actual) se atribuyen  exclusivamente al genio militar y político de Fidel Castro. Al partido, en el que deberá descansar en un momento cercano la sucesión revolucionaria, le ha correspondido el mucho más modesto rol de intentar administrar y dar coherencia a un proyecto político, económico e ideológico manejado al arbitrio por su creador. Estas grietas en su legitimidad, como heredero colectivo del fundador del "primer Estado socialista del continente americano", se harán más evidentes sin la presencia del caudillo.

El núcleo del poder político cubano ha estado invariablemente constituido desde 1959 por un reducido grupo de participantes en la guerra de guerrillas de la Sierra Maestra, procedentes —en los años tempranos de la revolución— del Ejército Rebelde y, posteriormente, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la organización militar del poder revolucionario, una vez en el poder, y su principal institución. La condición sine qua non para integrar este núcleo dirigente ha sido la lealtad incondicional a Fidel Castro.

Las distintas tendencias y personalidades que formaron parte del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) —un movimiento de aspiraciones y estructura imprecisas— fueron subordinadas durante los cinco años de lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista y desde los primeros momentos del triunfo revolucionario a las decisiones de Fidel Castro, quien impidió desde entonces el ejercicio de una dirección colectiva y apartó invariablemente de posiciones de dirección a adversarios ideológicos o posibles contendientes de su liderazgo.

Un proceso similar, aunque mucho más accidentado, puede observarse en la fusión del M-26-7 y las otras dos fuerzas escogidas después del triunfo de 1959 para integrar formalmente la dirección revolucionaria: el Partido Socialista Popular (PSP), organización tradicional de los comunistas cubanos, y el Directorio Revolucionario 13 de marzo (DR-13 de marzo), de origen universitario.

Estas tres fuerzas políticas iniciaron un proceso unificador en 1961 bajo el nombre de Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), que a pocos meses de constituida enfrentó su primer cisma, provocado por denuncias de Fidel Castro contra varios de los principales dirigentes del PSP, que habían entregado al Comandante rebelde la jefatura del partido político de los marxistas cubanos. En lo adelante, los dirigentes comunistas de la época prerrevolucionaria, que transfirieron a los jóvenes guerrilleros su organización, proporcionaron el sustento ideológico inicial y contribuyeron decisivamente al rápido reconocimiento de la Unión Soviética de la inesperada revolución cubana, estarían, salvo excepciones, relegados del núcleo de poder. En el caso del DR-13 de marzo, la subordinación ha sido mucho más evidente, al punto de aparecer apenas como un componente insignificante del poder revolucionario.

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