Lo ha declarado el régimen oficialmente, y a ver quién lo duda: a la redonda del planeta, no existe otro país en que los ciudadanos disfruten de los altos niveles de igualdad que hay en Cuba. Tan iguales somos que tal vez nos entreguen pronto un collar con nuestros respectivos nombres cifrados, para evitarle confusiones a la policía.
|
Retirada del dólar: ¿una medida contra los 'pícaros'? |
|
|
Claro que esa gran conquista no impide que los jefes abandonen su lucha por hacernos aún más iguales.
"Cortando güevos se aprende a capar", dice el dicho, y los jefes lo tienen muy bien aprendido —el dicho—, de manera que en su empeño por elevar la igualdad entre nosotros, desarrollaron una técnica propia que si bien no es perfecta, encaja a la perfección en sus planes. Además, resulta tan fácil de aplicar como de explicar.
Es la igualdad a ras del suelo, en los más ínfimos niveles, donde todo se limita a que todos carezcan de todo, de manera que para distinguir al traidor, al infiel, al escurridizo, al enemigo, nos baste con un simple tiro de ojo: si a diferencia de todos, o sea, de todos nosotros, los de abajo, hay alguien que aparenta tener algo, que es todo lo que no tenemos todos, pues ahí mismo se encuentra el sospechoso de herejía.
La fórmula ha funcionado a pedir de boca durante casi medio siglo. Al punto que los jefes pueden gastarse el lujo de echarnos al ruedo como recordistas mundiales. Y hasta con su razón.
Hoy por hoy, el nuestro no es solamente un país en que los ciudadanos (de abajo) somos todos iguales en tanto todo nos falta, sino en el que todos parecemos dispuestos a resignarnos, siempre y cuando sepamos que somos realmente todos (los de abajo) los que no tenemos nada de lo que tienen otros (los de arriba).
Así nos ven desde esas alturas, porque así nos moldearon, a gusto y medida. Y porque les sienta bien el papel de celosos guardianes de nuestra igualdad, la cual también implica el derecho, incluso la obligación de todos (los de abajo) de velar porque a todos por igual, uniformemente, nos falte todo.
Y a ello continúan consagrando esfuerzos nuestros jefes. Ahora mismo, con la retirada de circulación del dólar, acaban de incurrir en un nuevo paso hacia el perfeccionamiento de su fórmula para hacernos iguales.
Los de arriba y los de abajo
Como lo único que siempre ha sobrado por acá son pícaros que se las ingenian para salirse de la fila. Y como, según los jefes, ya eran muchos los pícaros que contaban con una cantidad de dólares mayor que la requerida para comprar jabón y aceite, pues sucedía que estos estaban dejando de ser iguales que nosotros. Craso error para los pícaros. |