www.cubaencuentro.com Miércoles, 18 de mayo de 2005

 
 
 
Un vaso de agua
Benítez Rojo, el periodismo y la revista 'Cuba Internacional'.
por RAúL RIVERO, La Habana
 

El hombre no era confiable. Lo supimos siempre los jóvenes ambiciosos y radicales que  estábamos en la nómina de la revista Cuba Internacional. No se podía creer mucho políticamente en un tipo callado que tenía nostalgia de los cerezos de Washington y añoraba un Packard negro de dos carburadores.

B. Rojo
Benítez: implacable y cordial.

Otro elemento clave que nos hacía sospechar del nuevo Jefe de Redacción era la costumbre de poner todos los días sobre su mesa de trabajo, aun antes que la máquina Robotrón y la grabadora Tesla, un enorme vaso de agua clara que, a las cinco de la tarde, seguía haciendo unas burbujas que subían en espiral, desesperadamente y con premura de ahogado, hacia la superficie.

El tipo —lo sabía muy bien Lichi Diego, entonces un niño alto, esbelto y cariñoso— era implacable con el lápiz rojo y hacía, de las cuartillas más limpias y pulidas, unos cuadros abstractos con borrones y tachaduras a los que solía añadir notas rápidas, hirientes: esto no es un poema, compañerito, ni un cuentecito de ficción, esto es un reportaje. Descienda de esa nube.

Podía ser cordial y lo era. Tenía sentido del humor, contaba buenas historias en las noches de cierre, mientras el carro de la revista, que había sido un patrullero de la policía de Batista, conducido por Montero a toda velocidad (treinta kilómetros por hora) recorría la desolada Habana de esos tiempos en busca de unos panes y dos litros de "huachipupa" de fresa sintética para el rigor de la madrugada.

Manolito Pereira, el otro niño de aquel staff alerta y combativo, le temía en el momento de entregarle sus crónicas barrocas sobre el barrio chino o sus descargas sobre Pepe Lezama y Carpentier.

El maestro Iván Cañas, que retrató a Cuba en esa época, se paraba detrás del hombre que revisaba el emplane. Cruzaba los brazos, desafiante y magnífico y si se le sugería cambiar una foto, decía "mmmm, mmmmm" y se encerraba en el laboratorio a conspirar con Nicolás Delgado, un filósofo incomprendido que fotografió a todas las mediotiempos de La Habana de hoy, cuando cumplieron quince.

Luc Chesex, el único que podía ver en este país, alrededor de las cinco y cuarenta y dos minutos, el cielo de Suiza, sí tenía vara alta con el personaje que nos dirigía en aquella casa art nouveau, de Reina y Lealtad. El suizo tenía crédito abierto y sus fotos, siempre con una especie de emoción escondida, pasaban el examen del jefe sin comentarios irónicos y con sonrisas aprobatorias y aplausos.

Entre los redactores, Norberto Fuentes tenía también una tienda aparte y sus textos, no importaba la extensión, entraban en la revista con un pasaporte especial y la anuencia, la complacencia del hombre que ayudó a muchos, hace mucho tiempo, a conocer la angustia y la pasión del periodismo.

Así es como quiero evocar a Antonio Benítez Rojo, ahora que ha muerto en el Norte, en medio del invierno. Esta tarde voy a pasar por su casa de El Vedado, una casa azul, grande, muy cerca del cementerio de Colón.

EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
La Asamblea del vergel
WILLIAM NAVARRETE, París
¿Quién dijo presunción de inocencia?
JULIáN B. SOREL, París
El más largo testamento de la historia
ORIOL PUERTAS, La Habana
Editoriales
Sociedad
Represión en Cuba
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir