www.cubaencuentro.com Miércoles, 18 de mayo de 2005

 
   
 
La suerte es loca
Negocio, entretenimiento, desafío y violencia: El juego de 'La Bolita' se ha convertido en objeto de adicción multitudinaria y ya compite con Hollywood.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

El jet set de La Habana, los barrigones de la high society, suelen matar su tiempo libre por estos días apostándole a las espuelas de los gallos finos. Es tal el gusto que le han tomado a la reyerta, a la imposición por la fuerza, que ahora, cuando no quedan guerrillas que sostener ni batallas a las cuales enviar a nuestros inocentes reclutas internacionalistas, se consuelan con el espectáculo que les brinda el macho de la gallina.

Loteria
'La Bolita' sube y baja en la discreción de la noche cubana.

En el otro extremo, los pobres también hallan consuelo en el juego, por motivos distintos, claro, y hasta opuestos. Quizás el más popular entre los muchos juegos ilícitos que se practican en la Isla sea el de "La Bolita". Para los cubanos de a pie, muy especialmente para los de la periferia de las ciudades, apostarle a La Bolita es como comerse el pan de la libreta: implica riesgos, pero a la larga y con un poco de suerte puede reportar beneficios.

No en balde este juego se ha convertido en objeto de adicción multitudinaria por acá, en tanto es a la vez negocio, entretenimiento, escape, ilusión y desafío.

La hora de La Bolita no se resume en el atardecer, cuando los anotadores pasan por cada casa de vecino para facilitar que la gente apueste a sus números favoritos. Ese momento constituye apenas el clímax. Pero antes y después, durante todo el día, los jugadores permanecen en tensión, pendientes de los guiños del azar, de los mensajes de Dios o de su propio olfato.

Si soñaron con personas caminando descalzas, entonces habrá que apostarle al 96, que es zapato en la charada. Si vieron un gato negro al abrir la ventana, pues el 4 es candidato para que salga esta noche. Si iba un ratón corriendo delante del gato, el 29. Y si por casualidad leen hoy estas líneas (algo punto menos que imposible), entonces le apuestan medio peso fijo y medio corrido al dinero, que es el 38, o al 88, que es el muerto vivo, con parlé para el 11, 54 y 1, que son el gallo, la gallina y el caballo.

Los anotadores configuran la primera pieza, de abajo hacia arriba, dentro de una muy bien engrasada maquinaria, en la que alinean, además, los transportadores y colectores de listas con los números y el dinero de las apuestas diarias, así como los bancos, que son los que pagan el trabajo del resto, invierten el capital necesario para mantener el juego y cargan, por supuesto, con la tajada.

La 'gestapo' vigila

Entre estas diferentes partes del engranaje de La Bolita, muy pocos se ven las caras y casi ninguno conoce al otro. Tal vez sea la razón por la cual no sólo han resistido incólumes los operativos de la policía, sino que también logran sortear las constantes infiltraciones de agentes encubiertos.

Por acá es asunto que a nadie sorprende descubrir que un anotador de Bolita es "gestapo" y que además de anotar números para el juego, está tomando nota (para otro banco, el supremo) sobre cualquier movimiento "raro" que se produzca en el barrio. Lo pintoresco es que al final siempre la gente se las arregla para descubrirlos, por más que en silencio haya tenido que ser.

Los números ganadores son captados por el banco cada noche mediante la onda corta radial. Hay quienes dicen que estas emisiones proceden de República Dominicana, otros que de Venezuela o de Miami. Hay misterio también al respecto. Y desde luego que no debe ser gratuito, ni casual, sino parte de la estrategia para camuflar el modus operandi.

Entre nosotros, La Bolita le ha ganado por una cabeza a las películas del sábado, en lo referido al renglón de la popularidad. De hecho, contiene todos los atractivos de esos subproductos de Hollywood, además de contener lo suyos propios.

Como en las películas, en este juego hay suspenso, atracción fatal, lucha entre rivales, trampas, enamoramientos, acción, vicios y finales felices. Aunque de lo último, no siempre, pues ocurre que a veces los anotadores pretenden apropiarse del dinero ganado por uno de sus clientes, y entonces entra a escena el principal ingrediente hollywoodense: la violencia, con la particularidad de que aquí no es a tiros tirados desde lejos, sino a machete limpio, honor que le hacemos a nuestros mambises.

Seguramente en las peleas de gallos finos de la high society también son frecuentes las trampas. Aunque resulta dudable que se ventilen a machetazos, pues aquellos juegos están regidos por árbitros y por estrictos códigos de comportamiento. Y es de esperar que a quien alborote un poco, le pase como al gallo que se huye: chucuplún para el caldero.

En cualquier caso, pierde menos un jet set cuando deja escapar mil dólares no sudados, que un jugador de Bolita al que le estafan el raquítico producto de su fortuna, luego de haber invertido cien pesos, a razón de uno por día, tratando de ganar veinticinco.

La suerte es loca. Pero no parece ser verdad eso de que a cualquiera le toca. Al menos no en La Habana, donde suele tocarle, de momento, sólo a quienes no necesitan depender de la suerte.

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