www.cubaencuentro.com Viernes, 26 de agosto de 2005

 
  Parte 1/2
 
No se puede bailar en la casa del trompo
Se acabó la vista gorda y el pan de piquito: El comercio de discos piratas, una práctica nueva entre los cubanos, está afectando ya los intereses del dueño.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Feo corre el cojo hacia el barranco. Pero más fea aún corre la suerte de quienes, en la Isla, se dedican a vender discos piratas, un verdadero contingente de menesterosos, conformado, sobre todo, por ancianos, mujeres e incapacitados físicos.

C. Cruz
Discografía de Celia Cruz: ¿dónde encontrarla si desaparecen los 'piratas'?

Piratear, ya se sabe, constituye una violación de la Ley. Y ésta no puede diluir sus reglas contemplando cada particularidad de quien delinque. Así es que, de entrada, quede claro que no pretendemos defender el derecho, que nadie tiene, al ejercicio de la piratería.

Se trata de algo mucho más complejo, ya que al margen y hasta por encima de las leyes de la Ley, está relacionado con las inaprensibles leyes de la vida.

Eso por no enumerar, una vez más, la retahíla de leyes (de la vida y de la Ley) que son violentadas diariamente en nuestra isla por el único que tiene potestad para dictar y hacer cumplir leyes, o sea, el régimen.

Por alguna razón, que en modo alguno debe considerarse obra de la casualidad, hasta estos días el comercio de discos piratas no había sido particularmente sancionado en Cuba.

Aun hoy mismo resulta común que en diversos sitios de la capital (especialmente en las calles Infanta, Reina o Galiano), los vendedores de discos "quemados" anuncien su producto al precio fijo de cincuenta pesos o dos chavitos la placa, sin que importe el contenido, sea un clásico de Benny Moré, Machito o Celia Cruz, la última cancioncilla trova-pop del dúo Buena Fe, o el álbum Canciones inéditas, conque Chucho Valdés obtuviera un reciente Grammy.

Frente a la tienda La Época, por ejemplo, abundan tales vendedores. Sin embargo, basta con atravesar la calle para visitar uno de los diversos establecimientos, muy bien surtidos, que la EGREM, Empresa (estatal) de Grabaciones y Reproducciones Musicales, dedica a la venta de discos de fábrica, a precios que suelen fluctuar entre ocho y veinte chavitos, aproximadamente.

Nueva estrategia, nuevo discurso

Bien conocido es el calvario que durante varias décadas debió atravesar aquí la música popular cubana. Sin grabaciones, sin salones para bailadores, sin consideración ni amparo oficiales para sus grandes intérpretes, sin promoción internacional y sin que ni siquiera se permitiese impartir la enseñanza de sus géneros e instrumentos en las escuelas especializadas.

Y eso que entonces el sistema era enteramente subvencionado por la Unión Soviética, por lo cual resulta falso de antemano el argumento de la falta de recursos, así como resulta (por lo menos) escamoteador de toda la verdad el gastado pretexto del embargo.

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