www.cubaencuentro.com Viernes, 26 de agosto de 2005

 
  Parte 1/2
 
La borra del café
El que a hierro mata, no suele morir a sombrerazos. Las dos caras de la violencia en Cuba.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Como la ostra entre sus dos conchas, los cubanos de a pie viven hoy entre el doble fuego de la violencia, que aunque siempre es una, la misma, en la Isla tiene dos caras, igual que todo lo demás: una cara oculta y aparentemente ignorada; la otra a ojos vista, aunque jamás la presentan como es.

Cine
Enfrentamiento entre ciudadanos y policías, en un cine de La Habana en 2002.

La violencia institucionalizada se practica en Cuba desde los tiempos de la conquista. Es algo que sabe todo el mundo. Y también es sabido (excepto por quienes no quieren saberlo) que en los últimos 46 años esa práctica alcanzó los más óptimos niveles de sofisticación, control y eficacia de toda su historia.

Mediante leyes, regulaciones, preceptos, dictados, reglas, coyundas, organizaciones, medidas, órdenes y contraórdenes impuestas oficialmente y a la fuerza, sin derecho a réplica, somos dominados hasta en los más ínfimos detalles de nuestra existencia, desde el día del nacimiento hasta el de la muerte.

Es algo que al inicio llamaron con nombre y apellido: "dictadura del proletariado". Pero pronto perdió el apellido, por incongruente, ya que en un Estado presumiblemente proletario no es sino un contrasentido que los pobres instauren una dictadura en la que no dictan ni una letra y que sólo les sirve para oprimirse a sí mismos.

Se trata entonces de un sistema de gobierno que desde el primer día eligió la imposición violenta como alternativa y que se ha esmerado en su estructuración porque está consciente de que no tiene a mano otra vía mejor para conservar el poder.

He aquí, pues, la cara visible del fenómeno en la Isla: la violencia organizada.

Y ahora sucede que como consecuencia y reflejo de esta práctica (aunque tal vez al margen de las prevenciones de quienes la dirigen), se hace fuerte entre los cubanos otro tipo de violencia, no tan visible ni tan generalizada como la primera, no tan devastadora, pero igualmente representativa de las miserias que nos cercan.

Llamémosle violencia desorganizada, ya que ha ido creciendo espontáneamente y sin control, en la periferia, entre los sectores más pobres y desesperados, en los barrios donde sobrevive esa ciudadanía que es como la borra del café: amarga, desechable, residuo total, tirada a la basura luego de ser expuesta a los apretujones del colador hasta que termina perdiendo su mejor virtud.

'High life' y plebe: lejos, muy lejos

El régimen aparenta restarle importancia, porque así le conviene actuar, quizás, y porque de momento, sólo de momento, este tipo de violencia no le afecta directamente. Entretanto, a los mimados de siempre (empresarios, altos funcionarios, hijos de papá, artistas e intelectuales afines o al servicio del poder) les resbala el asunto, porque, a diferencia de la violencia organizada, con la de la borra del café no tienen que chocar, ni siquiera se ven obligados a presenciarla, pues no frecuentan su hábitat.

Ninguno de ellos se ha visto en el imperativo altamente peligroso de subir a un ómnibus de la habanera ruta 40 (va de La Lisa a la playa Santa Fe), a media tarde, cuando los violentos desorganizados, muy jóvenes por lo general, regresan en manadas, calientes por el sol, las píldoras, el ron con queroseno, y resueltos a no dejar pasar la oportunidad de quemar energías agriamente acumuladas.

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