www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
   
 
El verdugo como víctima
Insatisfecho con traumatizar a tres generaciones de cubanos, el régimen se adelanta a enfermar el alma de la próxima.
por RAúL RIVERO, Madrid
 

Un niño que lanzaba consignas esta semana frente a la casa del abogado invidente Juan Carlos González Leiva, gritó en la alta meseta de histeria colectiva: "si lo cojo, lo mato". Conozco muy bien ese si condicional criollo. Lo conozco en sus leyes de improbabilidades, en la esencia de su frustración y en su teatralidad de guapo en compañía.

Pioneros
Niños que participan en actos políticos obligatorios organizados por el gobierno.

Lo trágico, en este caso, es que salga en la voz de un escolar, de un muchacho que debía a esa hora estar estudiando geografía o gramática española, ortografía (tan desfoliada en Cuba) o la historia de esa región —Ciego de çvila— que sigue siendo la tierra natal de otro abogado, Ignacio Agramonte.

No me extraña esa expresión y otras con los mismos relieves de falsedad, bajeza, hipocresía y changó ideológico en esa nata de tramoyistas que se pasea por el mapa de Cuba en busca de un reconocimiento de la policía y del Partido. Ahora, llevar niños a esos circos romanos, acarrear inocentes a esos mataderos espirituales es un crimen mayor que perpetrar el asedio a un compatriota porque no piensa como ordena el gobierno que se debe pensar.

Seguro. Es un crimen con rondas en el porvenir. No están satisfechos con traumatizar a tres generaciones de cubanos y se adelantan a enfermar el alma de la próxima para que no haya sosiego, para dejar su oscura huella de odio y división e intolerancia en la conciencia de los que hoy son inocentes todavía.

"Si lo cojo, lo mato", dijo el niño que ya llevaba rato dándole vivas a Fidel Castro. El muchacho mataría a un hombre que no conoce. A alguien que hace unos pocos años era un muchacho como él, pobre y humilde, sin futuro en una tierra devastada por la impericia de los dirigentes y sin riquezas porque el sistema no funciona.

El niño, que debía estar jugando, entregado a las fantasías de su edad, donde se ensillan caballos de maderas para galopar esas llanuras, donde se enyugan botellas vacías en unas yuntas de cristal laborioso y el patio de la casa es el mayor terreno de béisbol del mundo, estaba lleno de un odio artificial que le inyectaron los adultos y quería matar al abogado que, entre otras, aboga por la libertad de su presunto asesino, ese niño y su familia.

Desde luego que el episodio forma parte ya de la carpeta abominable de represión y atropello que se prepara la dictadura. Esta vez, con otro elemento estremecedor: algunos de los indignados patriotas que amenazaban en la calle están esperando su visa para viajar a Miami.

Y el niño. La inocencia contaminada con un padecimiento invisible que se instala en el corazón.

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