www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
   
 
El 'groove' de Julio Fowler
Con la grabación de su primer disco, el músico marca un momento singular en la relación entre identidad, vanguardia y universalidad.
por ERNESTO FUNDORA, México, D. F.
 

Uno de los grandes desafíos a que se enfrenta cualquier artista o músico cubano cuando sale de Cuba es mantener o preservar su identidad sin renunciar a la fusión, galanteos e influencias que le propone el mundo. La claustrofobia que históricamente ha marcado a la cultura cubana, tanto por su condición insular como por sus murallas políticas, a la vez que ha preservado un patrimonio de autoctonía y reafianzado la tradición; por otro lado, la ha privado de contaminarse, mezclarse y asimilar rápidamente —a su debido tiempo y no tarde— las tendencias de moda y de uso, provocando cierto desfase con respecto a las dinámicas recientes o contemporáneas de nuestra, todavía incierta, aldea global. Por suerte, los artistas cubanos ubicados en una perspectiva de vanguardia intentaron siempre y aún intentan burlar esas distancias medulares que el tiempo y el espacio, con la complicidad de la geografía y la política, le imponen a la creación de productos culturales.

Groove

Julio Fowler marca uno de esos momentos singulares en la relación entre la identidad, la vanguardia y la universalidad en la música cubana de fuera de la Isla, manteniendo una postura oxigenadora y de convergencias. Integrante de ese movimiento que se conoció en Cuba como "La generación de los topos" —por su condición underground, soterrada—, Fowler se forma en las coordenadas bastardas de una generación de cantautores que si bien se reconocía heredera de la Nueva y de la Novísima Trova, pretendía superar y ensanchar los horizontes que con mucha rigidez había delineado la estética de ese movimiento.

Su versátil formación como actor, poeta, intelectual y músico le permitió fuera de Cuba abrir su diapasón, también su corazón, para asimilar nuevas formas o modelos de encarar la cultura donde los mass media, el marketing, la moda, la academia y la sensibilidad callejera sopesan y definen la aparición de una nueva axiología de la obra. Sea él, quizás, uno de los mejores ejemplos de artista y músico cubano cross over, donde la tradición, la alta cultura, el groove de la calle y el sonido transurbano se juntan de manera armoniosa.

En su nuevo CD, titulado Julio Fowler, ¡dale mambo!, el músico se llevó la Isla de rumba, la sacó a pasear como a una bella novia y le puso el vestido del mundo. Ahora la Isla, además de encantadora, luce continental, destila universalidad, navega elogiable. Artistas como él ayudan a que se entienda que la música cubana no se ha estancado y que no es sólo la residual del período republicano (boom Buena Vista Social Club), ni el lirismo andino que de manera contundente vendió la Nueva Trova en un momento de euforia de las izquierdas.

Sabe Julio Fowler conciliar la tradición con lo avant garde, de ahí que un cha cha chá se conceptualice fusionado con un pop, un bolero con un soul, una timba con un dance, un rap con un son, una canción con un hip-hop, una rumba con un house, un mambo con un drum and bass, un afrobeat con un funky, una charanga con la sonoridad disc jockey. Todo esto tamizado por una manera interpretativa muy suave e íntima, como susurrando el texto seductoramente al oído de una enamorada, modulando la voz al estilo de los negros americanos, valiéndose de una sensualidad que protagoniza por sobre todas las características del disco. Y la razón está clara, este no es un producto para la crítica fría y cerebral, sino más bien un disco para que el cuerpo goce, para excitar a los enamorados, para animar a los bailadores y provocarles sacudidas de movimientos que activen una emocionalidad liberadora, música para tirarle un beso a la soledad.

La preocupación por el terreno social, tan enfática en los temas de sus canciones anteriores, aquí es sublimada por la reflexión acerca del barrio, su particular psicología y sus pintorescos personajes. La humanidad es cuestionada a partir del ámbito del individuo y de la pareja. La noche citadina prevalece sobre la indiscreta luz del día. El glamour y el garbo no dejan lugar posible a los harapos del mundo ordinario, a pesar de que los temas nos hablan de gentes comunes. Sus canciones llevan implícito el asunto de la integración, mix racial, étnico y de clases, tan evidente en las megapolis o ciudades de centro. La sabiduría de los textos no estriba en su erudición; este es un Julio más travieso con la inteligencia, más ligero y liviano, aunque desgarrado como ya no suelen ser los poetas ni los cantores. El hoy, el aquí y el ahora no tienen prisa.

Son canciones que hablan de lo cotidiano, de los paisajes de la periferia, del bajo fondo, el bar, el callejón, la oscuridad implícita en las neonicas avenidas, de las deidades que viven en las entrañas de esos seres anónimos apenas observados por el ojo público, de la fe alucinada y guarachosa de quienes han sido despojados de toda esperanza, del acelere de quienes no pueden parar porque el destino les diseñó un proyecto de vida hedonista y epicúreo, donde el placer y el goce son la verdadera meta. Filosofía de una incertidumbre práctica, porque "esta vida es una y estamos de paso". Análisis profundo y a la vez relajado de ciertas superficies humanas que han quedado relegadas por la ingenuidad y la distancia con que la alta cultura mira al otro lado, a lo marginal.

Algo que debe elogiarse acerca de la producción de este disco es su sonido ecléctico. Recorrer los trece temas que lo conforman nos permite hacer un tránsito sonoro por los arquetipos tímbricos que marcaron el éxito de los hits en los años setenta, ochenta y noventa. Pero, además, tiene la argucia de mostrarse con un empaque totalmente urbano muy a doc con la sonoridad en boga del nuevo milenio, aspecto que lo convierte en un producto acertadamente comercial.

Estamos ante otro gol de Julio Fowler, ese joven y gran artista cubano, alguien que ha tenido el privilegio de vivir besando las antenas en el filoso contorno de la queja, haciendo la crónica de nuestro tiempo, sin pedanterías, con una amenidad y sensualidad que apela al concepto de cultura como panacea y deleite. Sin más rodeos, un disco que esta bueno pa' gozar y redimirnos de las necias agonías.

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