www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/2
 
Polvo, enamorado pero polvo
El XVII Festival Internacional Boleros de Oro, dedicado a Elena Burke, se celebró el pasado mes en la capital de la Isla.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

No obstante, tampoco podría afirmarse que este género se marchó de Cuba. Es que ni siquiera lo enterraron vivo. Al contrario, una vez puesto a podrir en el basurero de la desmemoria, devino sombra y nada más, polvo a la intemperie, enamorado pero polvo.

Muchos soneros de brillante estirpe quemaron sus naves en la Isla a partir de los años sesenta, subempleados, sin perspectivas, ni instrumentos, ni discos, ni giras, ni espacio en la difusión, ni salones de baile, sin un peso para el chícharo y sin un chícharo de consideración ante su peso histórico. Los boleristas, sin embargo, optarían por no esperar sentados el derrumbe. Hubo excepciones, como Fernando Álvarez o Lino Borges. Y hubo casos excepcionales, como los del impar Benny Moré o la muy versátil cancionera Elena Burke, como Roberto Faz, Pacho Alonso, Celeste Mendoza, Raúl Planas, Orestes Macías, Carlos Embale o Tito Gómez, entre otros que por ser grandes en todos los ritmos lo han sido también en éste, aunque no podamos calificarlos propiamente como boleristas. Pero el resto, o sea, aquella tropa nutrida y peculiar, que se consagró exclusivamente a la interpretación del género, otorgándole rango de suceso mundial, esos preferirían entonar a coro múltiple Contigo en la distancia. Y pagaron con la excomunión. Lo malo es que a la hora de tachar sus nombres, el bolero cayó también bajo la raya. Así quedaba convertida en cenizas la primera gran síntesis vocal en la historia de la música cubana, nada menos.

A finales de los años ochenta más de una generación entre nosotros desconocía totalmente el quehacer y aun la existencia de Orlando Vallejo, Antonio Machín, Bienvenido Granda, La Lupe, Olga Guillot, Ñico Membiela o Blanca Rosa Gil, así como de otros muchos boleristas famosos. El bolero sólo resultaba atendible (que no reconocible) entre los jóvenes si era cantado por un tal Luis Miguel. Las pocas estrellas del género que sobrevivían en la Isla eran vistas (que no atendidas) como fósiles, pobres viejitos de cuando Colón. Entonces alguien dijo "que Cuba se abra al mundo". Y Cuba hizo como que se abría.

Era el momento de apilar el polvo. Volvieron a encenderse las viciosas vitrolas. Y en verdad no habría resultado tarde si para esas fechas las empresas de exportación y los establecimientos turísticos hubieran podido contar con voces, estilos medianamente aptos para darle al bolero lo que siempre tuvo que tener. Pero es que en tres décadas se oxidan hasta los aretes de la luna.

Claro que ya lo dejó dicho el dicho: donde no hay pan, casabe. Y ocurrió que a falta de cuatro boleristas hechos, se improvisaron veintenas entre los que antes vivían dedicados a cantar baladillas de apaga y vamos, bodrios de canciones llamadas ligeras aunque ni a eso llegaran.

Y como hacían falta escenarios apropiados, surgió, entre otros de su misma índole, el complejo turístico Dos Gardenias, donde ocurre algo raro: el público, ya sabemos cuál, paga en vez de cobrar por la entrada. Y en billetes verdes.

Una idea más bien mejorada de lo que acontece cada noche en Dos Gardenias nos queda al escuchar el disco de promoción que fue grabado en vivo en el Salón Bolero de ese centro. En la placa participan dieciocho cantantes, de los cuales solamente tres son capaces de interpretar el género como Dios manda. No obstante, alguien escribió en la presentación, sin que le temblara la mano: "Desde La Habana, Cuba, en la capital del bolero, aquí, en Dos gardenias, las grandes voces del sentimiento auténtico, la emoción de una noche inolvidable, justo en el sitio donde cantan los que saben cantar de verdad".

Con palabras semejantes han sido presentadas las diecisiete ediciones de esa cumbre de la ciencia reconocida internacionalmente como el Festival Boleros de Oro. Total, la vida es un sueño, y si hoy como ayer tú dominas, nosotros, aunque sea sólo por rencor, llevaremos la marca de esta deuda hasta el balcón aquel en que una tarde gris la perfidia y el amor sin fe naufraguen ante la convergencia de la aurora y el dulce embeleso que por fin retorna.

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