"Los alambres de púas de las cercas estaban pegados entre sí, a manera de cuadrículas mínimas, como para no dejar pasar a un colibrí (...) Eran cercas de nueve pies de altura con un tiro aéreo hacia adentro. Al amanecer, sentí el pavor de las cercas. Las cercas alambradas, en la claridad del día, me dieron ganas de llorar…". Así narra el escritor cubano Félix Luis Viera (Santa Clara, 1945), en su novela Un ciervo herido, su experiencia como prisionero en los campos de trabajo forzado en la Isla, en la década del sesenta, conocidos como las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción).

Residente en México desde 1995 y dos veces ganador del Premio de la Crítica, con once títulos publicados y cuyo libro Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la cuentística cubana, Viera habla a Encuentro en la Red de su experiencia como prisionero en las UMAP y sobre el proceso de gestación de la novela.

"Me tardé treinta años en escribirla porque debía encontrar al narrador perfecto para que no se convirtiera en un panfleto, en una serie de hechos tremebundos que resultaran inconcebibles. No quería hacer otra novela sobre el gulag. Eso ya estaba hecho. Y finalmente encontré a Armandito Valdivieso, que soy un poco yo, claro. Un tipo que lee a Vallejo, que sueña con ser escritor, alguien contradictorio, porque a pesar de que es víctima de su entorno, es un tipo muy radical, intolerante. Alguien que no entiende bien qué es lo que le pasa, con esperanzas tontas, como cuando la doctora que le hace el chequeo para mandarlo a la UMAP le pregunta: ¿Te pasa la saliva de la nariz a la garganta? Y él piensa: Ah, aquí está la gran oportunidad, seguro que esto es algo terrible que yo tengo y ya no me van a llevar. Y le responde, ingenuo: Sí. Y la doctora le contesta: Eso le pasa a todo el mundo. Y se lo llevan al campo. Es un infeliz.

¿Por qué te llevaron a las UMAP y cuánto tiempo estuviste allí?

A mí me gustaba la bohemia, los cabaret, las fiestas, las borracheras. Era, en buen cubano, un cabrón de la vida. Y me gustaban las bailarinas. Entonces, para tú ligarte a una bailarina en Cuba, tienes que hacerte amigo de los homosexuales. Y yo siempre he tenido amigos homosexuales a quienes quiero mucho. Por eso me llevaron y porque tenía el pelo largo.

Estuve ocho meses. Entré a los 20 y salí a los 21, gracias a unos amigos que me ayudaron y porque era el único sostén de mi familia, cosa que no salva, sin embargo, a Armandito.

La novela está dedicada "a los homosexuales y 'locas' que estuvieron en las UMAP, los más inocentes, los más queridos". ¿Eres un defensor de esa minoría?

No sé si un defensor, pero sí los aprecio y los quiero mucho. Y se la dediqué a ellos porque, además de creerlos seres muy inocentes, como digo en mi dedicatoria, lo que yo nunca me voy a explicar —y ahí lo digo en boca de Armandito— es qué carajo hacía allí un homosexual. ¿Cuál era el delito que habían cometido? Armandito le escribe en una carta a su madre: "Los borrachos, los vagos, los religiosos, pues puede que resulten, según la visión estrecha del gobierno, un 'mal ejemplo'. Son gente que no trabaja, porque se emborrachan o porque son adventistas del séptimo día. Entonces, no quieren trabajar el sábado y eso va contra la ideología atea, comunista. ¡Pero un homosexual no ha hecho nada!". Y eso es algo que todavía me saca las lágrimas.