Hugo Chávez es el presidente más odiado, me dijo un prestigioso politólogo en un restaurante de Caracas. Sonreía con deleite por el hecho del odio contra Chávez. Y no exageraba. Lo comprobé en la cafetería, en la farmacia, en un cumpleaños, en todas partes. Las pasiones están al rojo vivo.

Visité la consulta de un dermatólogo, repleta de pacientes jóvenes. Esperábamos dos hombres en silencio, escuchando a las mujeres descargar su odio contra Chávez (ellas son las más combativas). Dos bellas empezaron a despellejar a los militares. "Esos cobardes… ¿por qué no dan un golpe?", dijo la morena.

La morena clavó sus desafiantes ojazos en mí. Desconfía de mi boina negra de anarquista. Le sonrío amigablemente, y la provoco: "Un capitán, compadre mío, alega que ellos no son culpables. Que si ustedes eligieron a Chávez, tienen que aguantárselo". La bella morena saltó: "Es una excusa cobarde. No hacen nada porque son unos corruptos. Todos están robando".

Es una convicción generalizada. Hay denuncias. Los militares han vuelto hambrientos al poder, después de cuarenta años de abstinencia. Están al frente de los Ministerios y de las ricas y numerosas empresas del Estado, robando a diestra y siniestra. Robar al Estado es una lamentable tradición venezolana y, mientras se haga impunemente, nadie la detendrá.

Pero estoy aún en la consulta del dermatólogo, donde entra otra muchacha, cabellos encrespados y sensuales labios morados. Esta reina planta su espalda suculenta ante mis ojos, y le pregunta a la enfermera cuánto tendría que esperar.

"Tres horas; tienes nueve por delante", contestó la enfermera, con la evidente intención de desalentarla. La muchacha examinó pensativa a quienes estábamos sentados, dudando qué hacer. La morena, que acusó antes a los militares, le advierte desafiante: "Si eres chavista no te quedes, porque aquí todos estamos en contra". La muchacha sonríe repentinamente divertida y se sienta en la última silla vacía: "Si es así, me quedo. Yo también odio a ese imbécil".

En el restaurante, el politólogo analizaba la crisis. "Chávez sacó de la Mesa de Negociaciones lo que quiso: dividir a la oposición, el monopolio de las armas para el Gobierno (van a desarmar a la policía de alcaldías y gobernaciones opositoras). Y lo más importante: que la Asamblea Nacional, donde mantiene una precaria mayoría, elija al Consejo Nacional Electoral. El revocatorio, si algún día se realiza, no lo hará nunca ese 'arbitro electoral confiable, transparente e imparcial' que acordó el bobalicón de Gaviria en la Mesa de negociaciones".

"Chávez está bien asesorado, no sólo por cubanos, que no saben de elecciones, sino por brasileños y argentinos expertos", dice el politólogo. "Aún así, Chávez le tiene miedo al referéndum, sabe que puede perderlo fácilmente. Tiene el 70% del pueblo en contra. Además, ¿qué presidente gana un revocatorio? Si no se decide por el autogolpe, puede recurrir a otra maniobra: una semana antes del revocatorio, renuncia dramáticamente en cadena nacional. Se hace la víctima de una conspiración, acusa a sus enemigos de golpistas, y anuncia que está dispuesto a revolcar a 'los escuálidos, fascistas y oligarcas', en unas elecciones. '¡Qué el soberano decida!', dirá".

"Si renuncia, la Constitución le permite ser candidato. Su Gobierno quedaría intacto. Rangel sería el presidente provisional, con sus ministros y Asamblea chavista, y las Fuerzas Armadas purgadas de enemigos (hay anunciada otra reducción de militares, por 'razones económicas')".