www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
   
 
La Habana: Eduardo, jefe de sector
por LUIS CINO
 

Eduardo encontró lo que supone será la solución de sus múltiples problemas, uno de los raros días que leyó el periódico. El titular La solución del barrio encabezaba la convocatoria para hallar jefes de sectores policiales para enfrentar las "ilegalidades". Los requisitos eran ser menor de 45 años, una escolaridad de 12 grado y una actitud político-ideológica intachable. A continuación, enumeraba las ventajas del cargo.

Tribunal municipal
Policía cubano: ¿Enfrentar 'ilegalidades'?

A sus 34 años, con una mujer, dos niños y una casa en construcción, Eduardo está harto de trabajos insignificantes y mal retribuidos, y de la interminable espera por el cobro del próximo mes, luego de agotar, en menos de una semana y en mal comer, el salario mensual.

Ha sido, entre otras cosas, vigilante nocturno en un frigorífico, una destilería y una fábrica de pintura, cocinero de una "paladar" y albañil. En otros, lo han echado. O se ha ido porque "no le jugaba la lista con el billete", para él no se hicieron las malas noches, el sudor, el dolor de la cintura, ni los callos en las manos. El sol en la espalda, sólo en la playa.

La muerte en combate de su invicto Sadam, al que había apostado sus ahorros, lo hizo desistir de las peleas de perros.

La crianza de puercos en su patio, el maloliente tormento de sus vecinos, resultó una tarea homérica. En su maltrecha bicicleta china recorría diariamente la ciudad, enfrentando una fiera competencia en basurales y vertederos para recoger con que alimentar a sus insaciables animales. Una empresa nada fácil en una urbe donde cada vez se come peor. Vivió un par de meses con el dinero de la venta de los puercos.

Convertirse en jefe de sector de la policía puede ser la oportunidad que siempre soñó de ser alguien importante, temido y respetado. Siempre ha sentido ansias de poder. Sus seis pies de estatura, su vozarrón y sus músculos de deportista frustrado, no se lo han proporcionado. Ni las pesas ni el karate.

Antes de presentar la planilla de solicitud tuvo que resolver algunos inconvenientes. El certificado de preuniversitario, impecablemente falsificado por Tony La Manta, le costó 200 pesos. Mucho más barata le resultó la botella de ron que se bebió con el presidente del CDR para convencerlo de que él, "aunque no participa mucho en las actividades del Comité, está con esto hasta la muerte". Así obtuvo la carta cederista avalando su lealtad revolucionaria.

Cuando Arnaldo, el oficial de la Policía Nacional Revolucionaria, gordo, bigotudo y de Contramaestre, estrechó su mano al comunicarle que había sido aceptado para pasar el curso de instrucción, Eduardo sintió que su pecho se ensanchaba y su cabeza se acercaba al cielo, mientras las nubes se apartaban para hacerle sitio entre los elegidos de la fortuna.

Dentro de cinco meses, Eduardo saldrá de la escuela de policías con el grado de subteniente, un salario inicial de 540 pesos "más lo que se le pegue", pistola, tonfa y un par de esposas de acero al cinto. Lo suficiente para ver y que lo vean desde otra altura.

Sus superiores saben que nadie es más apto que él para desempeñar esa función en el barrio. Conoce bien a todos los "elementos antisociales" de la zona. Él es uno de ellos. No tanto delincuentes como tipos que no han sido favorecidos por la suerte, que "luchan" como pueden en un duro medio.

Eduardo ha bebido, en disímiles preparaciones, el alcohol que venden, ha confiado su salvación al que apunta bolita, algunos sacos del cemento que se escapa de las construcciones de la zona han ido a parar a su casa, ha fumado la mejor marihuana de Lawton y sus barrios adyacentes —sin semilla, no la hierba de parque— y ha prestado oídos a los que se la pasan hablando mal del gobierno.

Para él, lo más difícil será vencer el código de valores aprendido de su padre abakuá y su infancia callejera. Peor que penco, "chiva o ganso son las únicas cosas que no puede ser un hombre". Los jefes dicen que eso son "sólo prejuicios". Mira si esta revolución es grande, que el barrio, aunque sea el mismísimo Lawton, está repleto de chivatones, trompetas y otros tipos de informantes que cooperarán con él en el mantenimiento de la legalidad socialista.

Eduardo cree que halló la solución. Para su mujer y sus padres, este es el inicio de nuevos problemas. Desde que estrenó uniforme, algunos de sus amigos lo esquivan o lo saludan secamente.

La conquista de Olga Batidora no ha prosperado pese a su flamante uniforme. Juanillo Hueso de Tigre, su compañero habitual de libaciones etílicas, le anunció, el sábado, que ya no beberá más.

Al comentar con Chucho que "esto está de truco", el viejo "gusanón" lo dejó atónito al recitarle una letanía culpando al "bloqueo" imperialista y la globalización neoliberal. La bodeguera, por su parte, indignada, exigió a gritos la presentación de la libreta de abastecimientos, cuando Eduardo le pidió que le vendiera unas cuantas libras de azúcar.

Son los inconvenientes de ser importante, temido y respetado.

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