www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
   
 
La Habana: Sombras que pasan
¿Qué queda hoy en la Isla de aquellos balcánicos, soviéticos y esteuropeos que arribaron en masa en los años ochenta?
por JAIRO RíOS
 

La imagen de los campamentos agrícolas cubanos, preñados de estudiantes, infectados de un ánimo fatuo y epidérmico, se podía ver aún en los finales de la década del ochenta. La imagen de los albergues cañeros, con las paredes forradas de recortería de revistas Sputnik, La Mujer Soviética o Unión Soviética, era un lugar común dentro de los lugares comunes.

Embajada Rusa
Embajada rusa en Cuba: ¿Demasiado inmueble y escasos intereses? (Cedric Vigneault).

Cuando van a las escuelas en el campo, los adolescentes cubanos del siglo XXI adornan sus maletas con revistas Hola, Vanidades o París Match. Ya de aquel paisaje prosoviético no queda mucho, por no decir nada.

El esplendente arribo de balcánicos, soviéticos (de toda la Unión) y esteuropeos a Cuba, si bien comenzó en los años sesenta, tuvo su auge en los tempranos ochenta.

Ahora, de aquella migración más forzosa que voluntaria, sólo quedan sombras, el espectro de algunas mujeres que creyeron en las "bondades del socialismo real" y trataron de echar raíces, intentaron hacer familia y supieron el rigor del trópico.

Hasta no hace mucho se podía ver a estas mujeres rusas o bielorrusas principalmente, aplatanarse, buscando cómo pasar la prueba del gracejo criollo entre las chancletas y el solar y, después de tanto y de todo, quedarse fuera de los proyectos nacionales de patria y país.

Se sabe del caso de quienes, en medio del fervor por la revolución cubana, quisieron integrarse a las organizaciones políticas y de represión, pero siempre fueron rechazadas, y por muy comunista que fuera la república soviética de origen, nunca las tuvieron en cuenta. En medio de las penurias del Período Especial en Cuba, era común verlas vendiendo los artículos electrodomésticos para sobrevivir, así como las prendas y joyas valiosas, los tejidos, los ajuares y todo lo que comprendía su rango y linaje.

Unas pocas eran profesionales o ejercían algún oficio, la mayoría vinieron casadas con cubanos de las mil profesiones. Siendo así, se instalaron en los campos isleños, lejos del espíritu civilizatorio e incluso de las aldeas de donde llegaban. Muchas se instalaron y no volvieron jamás. Otras sí lo lograron.

Las que quedan tendrían que jugarse y ganar la lotería mayor, pues ya las prebendas de Aeroflot y Cubana de Aviación no existen. Hoy, si quieren marcharse, tendrían que juntar una suma que asciende casi a los dos mil dólares. Algo que si no han hecho hasta hoy, les será difícil lograr.

La otra cara de esa emigración transitoria la constituye el total de los asesores militares rusos que trabajó por más de treinta años en la Isla. Vivían en los mismos edificios que los cubanos, pero tenían otra solvencia: viajaban a su país cada tiempos cortos, percibían buen salario y apenas las aguas entre La Habana y Moscú quisieron ponerse turbias, se marcharon en los primeros vuelos. Esa es una historia donde no se ha hurgado aún.

Todavía es posible ver a alguna bielorrusa, kazaja o moscovita transitar al solazo de la Isla. Cada vez se notan menos, y como no molestan, están bronceadas y se han aplatanado, no difieren mucho entre la miseria criolla.

Son como sombras que pasan.

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