www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
Parte 1/3
 
Carta a la lata de leche condensada
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Rechoncha, socorrista, antianémica lata de leche condensada:

No creas que voy a caer en la agobiante tentación —aunque seas el número uno en el oficio de tentempié— de lanzar un largo oooooohhhh casi de náufrago, y comenzar a compararte con un metálico y armadúrico caballero medieval que nos salvaba la princesa prisionera en el estógamo, aplastada en los polos y abultada en el ecualizador, con tu espesa y dulce carga al banquete. No. Me niego por aspersión. Pero he aquí la memoria que es incontrolable como una gorda delante de un cake, traicionera como una mujer de bolero, enfática y linfática, persistente como el de vigilancia del vomité de defensa, e inesperada como un pariente del campo, o como una citación del Comité Militar. Y ahí sí me rindo, con la memoria, digo. Y abro el dique porque dizquen, dejo la pila abierta y el chorro sale con sus paramecios enarbolando banderitas, y sus amebas autofertilizadas, abriendo campo, gritando "dale que ya montó". Así que huigan de mí, que destapé la caja de Panduro, y lo que viene es nitrón. Timba cayó en la trampa, porque ustedes, en pandilla o bulto, con ese color tan rectangular, y esas formas tan cebáceas y pentagonales, son como las pelotas de baseball: redondas y venían en caja cuadrada. "Tengo una latica que me sube y que me baja".

Debo confesarte un par de cosas. Primero: nunca fui loco a tu merengue amarillento y embotellado —casi diríamos que enlatado—. Segundo: en mi inocencia llegué a pensar que, si la leche pasteurizada la había descubierto Pasteur (¿alemán?), la leche condensada la inventó un tal Condenso (favor, no confundir con el condenso de población y viviendas o con aquellos perseguidos judíos condersos de la Edad Media). Eso me hizo pensar que eras el resultado de vacas muy dulces y concentradas, dueñas de tiempo y paciencia para soltar su néctar, tan cremoso y denso, y todas cuidadas por un buen pasteur que se llamaba Luis y era francés antibactereano en sus horas libres (cuando se es francés se puede ejercer como anti cualquier cosa. Ya con otro pasaporte la cosa se joroba). Y tercero: no te creas que por chiquitica y barrigona voy a cortarme un ápice al rememorarte. Voy a cantarte las cuarenta ladrones, que al que Dios se lo dio, San Pedro se lo albóndiga. Y ya se me está abriendo el apetinto. Por eso dividiré mi cuota en dos porciones, y te daré manguera por dentro y por fuera, que es como hablar del contenido y del continente, que a mí no me inhibe ná de ná.

Pero pongo una previa, para no desatar ansiedades gastro intestinales: ya que te alejaste de la realidad cotidiana, y se te encuentra solamente en áreas del enemigo, a un dólar veinte (¿conmigo?) la llamada Victoria, y a un dólar treinta la casi clásica, esa autotitulada La Lechera ("Tengo una barca lechera, no es una barca cualquiera, Nestlé, Nestlé") —que siempre es menos que lo que se le ha de pagar a un brujo en Guanabacoa, pero que resulta un gastro muy grande para el ciudadano de a pie juntillas—, siempre es preferible rastrearte entre los intestinos de la memoria —que, como dije, es sibilina, imprecisa, perversa y poco oportuna—, aconsejablemente a través de un médium. Un médium hallará el remedium. Y mira qué cosa, mariposa: hay que ver de qué manera te fuiste integrando a nuestra recia nacionalidad, endulzando nuestro carácter, espesándolo aunque te ligaran con malta —y más si se llegaba al sumum, que era la mezclilla con Malta, capullito de rosa—, perforando nuestro espíritu, la grácil ideosingracia, el meollo del cogollo, anímica y nada anémica, posándote en el panteón familiar, y apareciendo hasta en los análisis de orina con la transaminasa enhiesta. Que hay que ver la de cubanos a quienes salvaste la vida, casi más que ese de Aracataca, al que le dicen el Gabo (¿Gabo Esperanza?). Tú, la cativía, el chicharrón de viento y el pan con ná, merecen un monumento junto a la raspadura de la Plaza Cívica, esa donde vigilia José Julián envuelto en sábanas, casi con ganas de levantarse, y que tiene otro nombrecito jocoso.

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