www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
Parte 1/4
 
Carta a Joaquín María Albarrán
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Ensagüesado, parisino y medicinal Joaquín María Albarrán Domínguez:

Ayer fui al médico y le recordé mucho. No sé por qué, pero lo hice. Es decir, hice las dos cosas. Fue mirarme esta lengua por donde morirá el pez y decirme que debía ver cómo andaban mis viejos amigos, los eritrocitos. Y ya en campaña, echarle un vititi suave, como de casual control y ayuda a los hematocritos, las plaquetas, los linfocitos y el nivel de glucosa. Como trabajo con papel, es importante saber de vez en cuando cómo lleva uno lo de la glucosa.

J. M. Albarrán

Así estaba, en una de esas hermosas tardes de esta ciudad donde usted estudió hace un par de siglos, entre la típica gente que era joven cuando lo del almirante Cervera, y cerré los ojos —así controlo yo los leucocitos— y tuve un sueño tremendo. Y entonces le recordé.

Posiblemente fue que me sentí como en el Calixto García —el "Carlitos", para los que han tenido el disgusto de nacer más allá del torreón de San Lázaro—, ese gigantesco centro asistencial que todavía no me explico cómo nadie construyó junto a la terminal de ómnibus interprovinciales. O en alguna consulta del Fajardo, no en la parte donde atienden a quienes se han fajardo y donardo su sangre numerosa por la patria, sino en la parte más normal, donde es difícil ver vísceras. Claro que no estaba allí, porque el sonido era otro, y el sistema distinto. Y cuando me refiero al sistema, no quiero a ningún gracioso moviéndome el estetoscopio con sorna, ni el batiscafo con sarna.

No sentí el dulce y cantarino arrullo aldeano que preguntaba, con exquisita educación formell: "¿Quién é el úrtimo?". Pero sí a las atentas enfermeras que salían, folio listado en mano, igualito que en la cola de los cakes de bodas en La Habana, a llamar, con catalana y dulce voz a quienes habían pedido cita con los doctores.

Como ya dije que iba a una revisión de basofilos y creatinina —la cretinina, en cambio, anda como siempre, anormal— se me disparó la mentalidad esta tan desbocada que llevo, que abre sola la talanquera y "pica mi caballo que está en la puerta de aquel camino real". En fin, que soldé levemente los plomos, y entre llamadas a consulta y eso de haber pedido cita, que es como se le dice acá a los turnos, se me armó un arroz con mango que me trasladó, con eritrosedimentación y urea a otra sala de espera, allá en la pomita de siempre; de pronto estaba yo en la sabrosona, mullida, populachera y divina cola de una posada habanera.

Imaginé que no llamaban a golpe de teléfono, ni a aullidos, ni por un audio similar a los aeropuertos o terminales, ni a timbrazos, ni con voces de mando, ni con aquellas chicharras que le pasmaban la concentración al Dalai Lama, sino que era el amable, educadísimo empleado, quien, listado de por medio, casi susurraba —con cantarina y posadera voz— el nombre de quienes iban a ejercer el derecho a retozar y quererse un par de horas, lo que en el cirílico de Estocolmo se llama limpiar el rifle, destupir el caño, repasar la caoba, hacer el pespunte, sacarse el queso o menear el muñeco. Y la escena era más o menos así:

Posadero: - A ver, ¿la parejita que forman Robin Estanislao Carrazana y Yurismileidis Geisha de la Caridad Cutiño?".

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