www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Eduardo Abela
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Miami
 

Abúlico, babélico y bobelista Eduardo Abela:

Durante mucho tiempo estuve en babia, pensando que su Bobo había muerto, que había sido circunstancial, circuncidado a una circunstancia momentánea, a una etapa que ya se había etapado. Pero no. Cuál no sería mi sorpresa al encontrar, en una breve nota biográfica suya, estas dos líneas por encima de segunda: "Al triunfo de la Revolución sirvió a la diplomacia cubana durante más de dos décadas. Falleció en La Habana el 9 de noviembre de 1965".

El bobo de Abela
El Bobo, de Eduardo Abela.

O yo era bobo de a viaje, que no de Abela, o esas dos décadas diplomáticas han sido las más breves que alguien ha servido en la diplomacia. Desde 1959 al 65 hay un lustro muy lustrado, y un añojo de ñapa; pero con la matemática del poder, se convierten, posiblemente en más de dos décadas. Me embobecí haciendo cuentas en el ábaco, hasta que caí en la cuenta abacua de que, como el sistema aritmético que estaba usando era el de antes, pitagórico, no me servía. Lo anterior al potro dejó de ser útil después del corcel, y un diplomático podía servir veintipico de años, muerto y todo, a la causa gloriosa de esa nueva era que nos trajo el accidente y nos puso al trote. Creo que ahí se resume toda nuestra bobería: intentar ser gloriosos a toda costa, derrumbando incluso la lógica.

Otro disparate que me pone a comer catibía es que usted nació un 3 de julio, en 1891, y su Bobo en 1926, lo que me dice que ahí si estuvo más de dos décadas incubando el diploma, para que le saliera redondo. Cuando uno encuentra el cuadro cerrado, que es ese momento en que los cuadrados agarran la sartén por el mando, hay que tirarles las cosas bien redondas, con los cantos lijados, boludos, bolos sin caer en lo ruso. Solamente así pican, se extienden y mortifican. Y el Bobo vino al mundo con su carga pitagórica y una buena wemba, que es como se le dice al aché en los medios artríticos de la cultura.

Dicen que lo dibujó a partir de un número tres invertido. Un tres, de esa manera, no es lo mismo que tres invertidos dibujados, ni que un trío que parte a la inversa, que nunca sería buena inversión. Era en otra dictadura, y tal vez el tres tenía fuerza entonces, que el Son estaba calentito y repiqueteando en las esquinas con el Sexteto Habanero. Si, creo que en ese momento se podía usar el tres, porque desde que llegó el Uno, la trinidad anda en crisis. Que un bobo nazca en tiempos de cerrazón, también dice mucho de nuestra filosofía insular, cuyo vuelo más alto es la mortadella de la mortandad. Empezamos con la bobería y luego uno mete su cadáver. Hacerse el muerto es premisa para que no te hagan un fiambre. Y lo de bobo lleva su baba.

No hay que ser una lumbrera para entender que en la Isla la aritmética ya no es, siquiera, de bodega. El juego numérico es sencillísimo: cada vez que aparece un tres, el Uno lo hace un número ocho. Quizá todo se remita a lo atávico que se vuelve, a su vez, atabálico: el par vale. Y como todo lo impar huele a peligro, también embobeció la impar-cialidad.

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