www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de febrero de 2003

 
   
 
Libertad de expresión
¿Pueden llamarse pacifistas quienes le hacen carantoñas a Hussein? ¿Qué buscan en Bagdad algunos ilustres quejosos de la democracia española?
por MANUEL DíAZ MARTíNEZ, Canarias
 

El concepto de libertad de expresión, tan simple y universal como parece, sufre de variantes o interpretaciones según el cristal con que se mire.
Filipinas. No a Sadam
Filipinas. No a Sadam.
O sea, según lo que se defienda y se pretenda. Bien sabemos que la libertad absoluta es una adorable quimera: no existe en rincón alguno del mundo. El entramado de intereses que cuadriculan la sociedad, bajo cualquier régimen político, y la contumaz tendencia del ser humano a la intolerancia —que es la tendencia del ser humano a imponer su voluntad— la hacen imposible.

El espacio que ocupa la libertad de expresión en una sociedad se mide por las consecuencias que arrostran quienes ejercen plenamente el derecho a expresarse, que es un derecho natural inherente a la inteligencia humana. Es el primer derecho que entra en batalla en la dialéctica social y, por lo mismo, el primero contra el que atentan los poderes, sean de la naturaleza que sean —políticos, económicos, religiosos—, que necesitan anular libertades para existir. Es obvio que en las democracias —es una de las características positivas que las distinguen— la libertad de expresión ocupa un espacio real, amplio y consagrado, aunque no siempre bien defendido, por las leyes —y en algunos países hasta por una tradición consolidada (Francia, Estados Unidos, Inglaterra, Suecia)—, donde los riesgos de la palabra, que siempre los hay, son anecdóticos y de ningún modo comparables en gravedad a los que sobre ésta se ciernen, y se materializan, en regímenes liberticidas como los de Irak, Irán, China, Cuba, Siria, Libia, Corea del Norte y otros similares esparcidos por la geografía de Asia y África.

Hemos visto y oído, en estos turbulentos días prebélicos, cómo miles de ciudadanos españoles, en las calles, en la televisión, en los periódicos, en la radio, en Internet y hasta en el Congreso de los Diputados y las pasarelas de la moda, han protestado, en ocasiones recurriendo al vituperio, por la postura del Gobierno de Aznar ante el conflicto iraquí. Se da el caso de que, en este tema, todos los partidos políticos de España, menos el PP, así como la Iglesia Católica y la gran mayoría de los medios de prensa, son claros y contundentes en su rechazo a la postura del Gobierno. Y nadie, que sepamos, ha sido arrestado ni apaleado, ni ha perdido el empleo.

Sin embargo, también hemos visto y oído a algunos famosos de la cultura y la política nacionales quejarse, al mismo tiempo, a voz en cuello y en plena calle o delante de las cámaras de televisión, del ardor guerrero del Gobierno y de la ausencia de libertad de expresión en España. Pero si esta incongruencia es un homenaje al esperpento, más esperpéntico aún es, si cabe, el hecho de que muchos de ellos, pacifistas indomables y demócratas insatisfechos en su país, son viejos y entusiastas admiradores de Fidel Castro, un señor tan pacifista que aconsejó a Nikita Jruschov dar el primer golpe nuclear para terminar de una vez con las guerras, y tan celoso de su libertad de expresión que no admite en la Isla más prensa ni partido que los suyos.

Es igualmente de sainete que ilustres quejosos de la democracia española hayan ido o estén viajando ahora a Bagdad a hacerle carantoñas a Hussein. ¿Irán a Irak en busca de libertad de expresión?

Ante la confusión creada por falsos demócratas y dudosos pacifistas en estas jornadas de intenso debate sobre la guerra y la paz —debate que sin libertad de expresión no sería posible—, conviene dejar claro que una cosa es el muy humano y racional empeño de evitar la guerra, hasta el último segundo en que sea posible, y otra, muy distinta, tratar de erosionar la confianza en la democracia y hacerle mimos, bajo el manto de la lucha por la paz, al régimen despótico de Sadam Husein, probadamente genocida y peligroso para la seguridad del Medio Oriente y la estabilidad mundial.

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