www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/3
 
La enfermedad infinita
Apuntes sobre historia y revolución. Una reflexión a partir de la última escalada represiva del castrismo.
por CARLOS A. AGUILERA, Graz
 

Por cierto, al caso específico de Europa habría que sumar que muchas de las personas que "mueven" las empresas que negocian con la Isla en estos momentos, más allá del neo-esclavismo ad usum en que el poder cubano ha convertido su territorio económico, poseen una especie de nostalgieque los hace entender Cuba como el único espacio donde aún no se ha frustrado cierto humanismo, es decir, cierto cambalache afectivo entre Estado-bondadoso y anarquía-hombre. Donde puede lavar cierta mala conciencia el animal monetario.

Nacionalismo entonces que hace que casi todos los análisis del asunto Cuba, a favor o en contra, tengan que partir de una base estereotipada: por burocrática, repetitiva, utópica. Muchos, además de quedarse enrollados en su propio cinismo, no pueden avanzar hacia una reflexión menos cursi o parcial. Tal es el caso de Gabriel García Márquez y Eduardo Galeano.

El segundo, porque después de haber apoyado todos los desmanes totalitarios y haber escrito Las venas abiertas de América Latina, uno de los libros menos exactos que puedan existir sobre la relación política-sociedad en ciertas zonas de Occidente, cita ahora, en Cuba duele, a Rosa Luxemburgo (que de paso, como la mayoría de los pensadores de izquierda en la Isla, ha estado siempre congelada) y afirma que "son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un modelo de poder centralizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan (…) desde las cumbres". Esto después de haber apoyado "en silencio" el hundimiento del remolcador 13 de marzo en 1994, en el que murieron 41 personas (10 de ellos menores de edad), y de haber sido unos de los amplificadores internacionales de La Habana cada vez que ésta derribaba una avioneta, encarcelaba a algún periodista o guillotinaba el pequeño espacio por donde la sociedad civil, inexistente en la Isla, comenzaba a abrirse paso.

García Márquez, porque más allá de haber convertido su amistad con Fidel Castro en una especie de peliculita de Hollywood —pasean en carruaje por Cartagena, inauguran juntos los festivales de cine de La Habana, se tiran fotos en distintos lugares—, acaba de proferir en respuesta pública a Susan Sontag, y ante el reclamo de la ensayista norteamericana por los sucesos antes mencionados, que "no podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y de conspiradores que he ayudado, en absoluto silencio, a salir de la cárcel o a emigrar de Cuba en no menos de veinte años".

¿Cinismo del autor de El otoño del patriarca o sublimación de la dictadura cubana? Ambas cosas. Sobre todo porque alguien que admite que la vida de diferentes personas depende de una gestión personal, de los favores que otorga un rey a un amigo y no de un cuerpo de leyes civiles que ubiquen en una franja ancha la relación entre delito y opinión, está reconociendo que ese país funciona bajo el despotismo de un régimen cuyo único relato es el crimen; tanto el de permanecer en el poder, cortando las cabezas de los que alrededor intentan construir la diferencia, como el de elaborar arquetipos que justifiquen su propia e "ilegal" represión. Además, es un país fuera del derecho, entre otras cosas porque no pueden existir derechos en un sitio donde la realidad, las preguntas que ésta se hace, han sido cercenadas en nombre de la ideología, de esa abstracción que en la ex colonia soviética aún se sigue llamando socialismo.

Socialismo que a diferencia de lo que piensan muchos ha sido en Cuba férreamente destructor, ya que ha hundido la economía de un país donde el ingreso nacional per cápita en los años 50 era el tercero de Iberoamérica. Entre otras cosas, por una distribución caprichosa de las zonas tradicionales de cultivo, por la anulación de toda capacidad agropecuaria privada, y por un marcado interés político en mantener los niveles de producción al mínimo: la reforma agraria en Cuba no fue más que un golpe de Estado. Como se sabe, a menos producción menos capital, menos posibilidades para la formación de otra elite o clase.

Esto explica por qué el Gobierno tiene que elaborar una tensión "dialéctica" entre las ficciones de guerra que alimentan su discurso y el impedimento de elites fuertes, económicas o de opinión, que pongan en peligro desde dentro la supervivencia de su maquinaria despótica. Si uno de estos "grupos" llegara a desarrollarse (es el caso de esta elite-de-opinión que ahora truculentamente se intenta desarmar), comenzaría a exigir tarde o temprano cambios radicales. Cambios que, sin dudas, serían el fin para un sistema que ha concentrado en estereotipos burocráticos todo su poder.

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