La dolarización, la creación del mercado libre campesino y de un sector económico privado mayormente en la esfera de los servicios ("cuentapropismo"), entre otras reformas menores, eran también imperativos de la crisis. Que en realidad jamás se concibió este proceso como un primer paso hacia el restablecimiento de la propiedad privada, la economía de mercado y el estado de derecho, lo había demostrado ya la pronta congelación de la tímida reforma económica interna.
Por otro lado, para alentar al capital europeo y crearle a la Isla una imagen aperturista en el extranjero, el régimen cerró un ojo y concedió a la oposición interna un espacio de tolerancia extraoficial controlada donde debe operar como una especie de "disidencia representativa" de cara a la opinión pública internacional. Con el mazmorrazo de abril La Habana corta de un tajo los avances del descontento organizado en los últimos años, constriñe al movimiento contestatario al margen de juego anterior a la década de los 90 y, al expulsar a la gerencia española del Centro Cultural de España y hacer ratificar al Tribunal las draconianas sentencias, deja claro que cualquier tentativa europea por promover la sociedad civil cubana más allá de los límites fijados por el Gobierno no sólo sería tan contraproducente como la de la Oficina de Intereses de Estados Unidos, sino que podría traerles graves consecuencias a los promotores. Por lo demás, al régimen le basta con el garrote jurídico de la Ley Mordaza para yugular a su antojo (si no impedir del todo) la afluencia de disidentes a las embajadas comunitarias.
Las inversiones extranjeras han alcanzado ya una cierta masa crítica, un punto de no retorno que los poderosos intereses industriales, comerciales y financieros europeos involucrados ya no están en condiciones de detener o revertir sin arriesgarse a perder lo ya invertido y, lo que es peor, el cobro de la deuda acumulada y sus intereses, tal como le ocurre a Rusia y a Alemania (heredera de la deuda cubana con la RDA). Por consiguiente, forzarán a sus gobiernos a limitarse a lo sumo a la cancelación de algún que otro programa de cooperación y responder con gestos verbales y/o diplomáticos más o menos altisonantes.
Los políticos europeos intuyen que en efecto, en el hipotético caso de verse puesto contra la pared bajo amenaza de represalias económicas de mayor envergadura, el imprevisible Máximo Líder no vacilaría en hacer realidad sus amenazas y cortar efectivamente las relaciones, boicoteando selectivamente a los consorcios españoles e italianos, a sabiendas de que sus gobiernos lo tendrían difícil para imponer la unidad de acción en el seno de la UE. Habida cuenta de que cualquier represalia sensible a La Habana afectaría el flujo turístico, las inversiones, los pagos de la deuda externa y, por ende, sus propios intereses creados en Cuba. Sin hablar ya del rechazo que tales represalias contra la aún mítica Isla caribeña podrían generarles a los gobiernos europeos (en particular al español) en las filas de la izquierda y en la población en general.
Para complicar aún más las cosas, es obvio que las crecientes compras al contado efectuadas por Cuba en el mercado norteamericano no sólo se hacen con un dinero que en buena ley debería usarse para pagar la abultada deuda contraída (y los intereses correspondientes) con los generosos acreedores comunitarios, sino que, al concederles la máxima ventaja comercial (el pago en moneda contante y sonante) a los antiguos proveedores de la costa oriental de Estados Unidos, prefiguran una clara política de acercamiento al empresariado norteamericano y de chantaje comercial a la Unión Europea. Con ello, Castro azuza hábilmente la pugna latente entre Estados Unidos y la UE por el futuro control del prometedor mercado cubano, una estrategia que apunta a la creación de un campo de tensión entre ambos polos económicos que permita a La Habana repetir con la UE el mismo juego desleal que durante más de tres décadas hizo con la URSS y el CAME, a los que les compraba a crédito mientras por otro lado solía pagar en divisas sus importaciones del Occidente capitalista. |