www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/3
 
Galería a cielo abierto
Tras la reunificación de Alemania, Berlín se ha convertido en la ciudad que aúna lo mejor del arte contemporáneo europeo.
por DENNYS MATOS, Madrid
 

Berlín es ahora mismo el laboratorio cultural más activo que pueda existir en Europa. Situación ésta que venía experimentándose desde finales de los noventa pero, sobre todo en los dos últimos años, es cuando alcanza mayor intensidad. Dicho fenómeno tiene lugar por razones identificadas con la coyuntura sociopolítica, económica y cultural producida tras la reunificación de Alemania.

Porciento
American Standard (J. M. Pozo, 2002-2003).

Pasados 14 años desde la caída del Muro, en 1989, no es difícil reconocer cuales calles y barrios de la ciudad pertenecieron al sector correspondiente a la antigua RDA, cuales al asediado Berlín Oeste, y aquellos del nuevo Berlín unificado. Aunque es cierto que esas diferencias comienzan a ser cada vez más históricas que reales, es evidente que la arquitectura, por ejemplo, de la avenida Karl Marx, se expresa en construcciones marcadas por el estilo del realismo socialista. En este caso, con afectada grandilocuencia y majestuosidad, porque eran las viviendas de la élite del gobernante Partido Comunista.

Sin embargo, estas construcciones que en su día alojaron a altos dirigentes del Buró Político o miembros de la Stasi, y cuyas fachadas se engalanaron con insignias de Lenin y Stalin, o banderas de Marx y Rosa Luxemburgo, como revestimiento simbólico de su poder político, ahora están plagadas de anuncios publicitarios de productos capitalistas.

Las huellas de la globalización capitalista son visibles, pero todavía contrastan con esa especie de "género arquitectónico socialista", que da a la ciudad una atmósfera de visualidad difusa. Esos estilos arquitectónicos y el mundo de objetos y producciones socialistas, representativos de una sociedad derrotada pero no extinguida, unas veces se yuxtaponen, otras se entremezclan y algunas simplemente se fusionan con el manto espeso de la implacable lógica del mercado.

Así, la cartografía visual de la ciudad gira en torno a tres centros, cada uno opuesto al otro: Kurfürsterdamm, símbolo de la capitalista y ganadora RFA; Alexanderplatz, modelo de la perdedora y atrasada RDA; y Potsdammerplatz, con sus recientes y fulgurantes rascacielos, arquetipo de lo que la élite política y económica quiere para la nueva Alemania. Una imagen de metrópoli aséptica planificada hasta el detalle y divorciada de la visualidad y espíritu urbano de la ciudad. Los tres centros se interrelacionan, negándose, diluyéndose o aniquilándose, lo cual revela una imagen un tanto amorfa, debido al infinito número de elementos que arrastra el fluido, del que destilará en breves años la nueva cara de Berlín.

La caída del Muro ha representado, posiblemente, el mayor movimiento inmobiliario de la ciudad en los últimos cincuenta años. Sólo hay que recorrer sus calles, fundamentalmente del Berlín del Este —de hecho, la mayor superficie urbana de la ciudad—, para percatarse a simple vista de cuantos inmuebles y espacios arquitectónicos permanecen desocupados.

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