www.cubaencuentro.com Martes, 24 de febrero de 2004

 
  Parte 1/3
 
De Calibán al Aleph
¿Dónde está la cultura cubana? ¿En la Isla, en el exilio o en ninguna parte?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Nada más irónico que la repetición de que el Aleph de la cultura cubana se encuentra en la Isla.

Celia Cruz
Celia Cruz, en el exilio.

La afirmación como un afán para establecer un lugar ideal, donde radica la totalidad de las posibilidades creadores, las que confluyen sin confundirse y son vistas desde todos los ángulos; el sitio en que converge y se almacena íntegra la diversidad artística; el universo que contiene todos los bordes y fronteras y cuyo centro no es un punto sino una circunferencia infinita.

Esa letra —que más que un alfabeto es una enciclopedia— está en una nación que siempre ha escapado a las definiciones: una nebulosa en vez de una esfera; un país pequeño y limitado por aguas profundas en busca de la otra costa; una imagen que aspira a ser un concepto y no termina de definirse. Apenas una idea.

El Aleph como un recurso de urgencia que encierra el universo en un sótano. Que permite decir al que lo posee: "No soy el dueño del mundo, ni soy una parte ajena o cercana de ese mundo: soy el dueño del centro al que confluye el mundo".

Volver el rostro y mirar al fondo, hacia un agujero perfecto. La salvación provinciana para disfrazar la envidia al cosmopolita. El paliativo al encierro forzado, a la imposibilidad del viaje .

Asombra ese reduccionismo como una justificación de un proceso que desde su nacimiento pretendió ir más allá de sus fronteras. Primero, geográficamente, con la definición colegial de un libro de texto —La Geografía de Cuba, de Antonio Núñez Jiménez—, donde se afirmó que no bastaba hablar de la isla de Cuba, ya que lo correcto era referirse al Archipiélago Cubano.

Luego, en su vertiente guerrillera, con la conversión en un foco de irradiación de la violencia. Después imperialista, con el empleo de las fuerzas armadas transformadas en un instrumento de guerra extraterritorial en África. Globalizadora, por último, con la exportación de médicos, maestros y técnicos a diversas naciones.

Esta extensión del país tiene su contrapartida en una vieja idea colonialista: todo esfuerzo literario, gráfico y musical fuera de la metrópolis no es más que un apéndice —a veces válido, pero secundario— condenado a girar de acuerdo al poder dominante. La gravitación no como una fuerza de atracción recíproca sino como una relación de causa y efecto.

Este reduccionismo con el ropaje de un plan abarcador ha tratado de sortear el egocentrismo bajo el disfraz de la asimilación cultural: reconocer la existencia de una literatura del exilio, una plástica internacional y una música caribeña que trascienden las fronteras del país, pero que no dejan de ser limitadas en sus logros y dependientes de la raíz. La nación no como fuente nutritiva, sino como campana bajo la cual respirar. El concepto estereotipado de la patria como madre, agrandado al endiosamiento del Estado —padre para los residentes en la Isla, padrastro para quienes viven en el exterior— todopoderoso, vigilante y ceñudo.

Cuando un funcionario de la Isla habla del Aleph, más que referirse a un objeto de cosmovisión, está implicando la existencia del Santo Grial, arca o tabernáculo cultural de la nación.

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