El cuadro de un pintor no es para contarlo, es para verlo. Y si usted se coloca delante de un cuadro, y le gusta, aunque no sepa por qué, está desnudando al pintor, descubriendo su alma, porque cada lienzo revela sus obsesiones, sus miedos, sus tristezas, sus alegrías, sus añoranzas.
¿Cómo es entonces el pintor Jesús Rivera? ¿Qué revela su muestra titulada Out of order, expuesta en la galería Ars Atelier (Union City) hasta el próximo 2 de julio? Dejemos que hablen sus lienzos, donde el corazón, el pez, la copa, el puñal…, lo separan de un paisaje cubano en la memoria que entra a través de las puertas sin pedir permiso. Un paisaje donde el verde explosivo de la Isla se torna en grises de nostalgia.
Hay en sus cuadros vitrales de viejas casas coloniales, copas de la abundancia, coronas de reyes y relojes que miden el doloroso tiempo de la separación. Símbolos que ocupan primeros planos, dibujados geométricamente, como una escenografía irreal. Lo único vivo, latente, en movimiento, es el recuerdo: las palmas y lomas inalcanzables, el tiempo por recobrar.
"No bastan la actitud ni el orgullo, decide la infancia", afirma Jean Paul Sartre en su biografía. Los cuadros de Rivera lo reafirman; son el grito del niño guajiro que perdió su tierra. Al pintor no le bastan la abundancia, el reconocimiento, el éxito, le hace falta la tierra, el piso de madera donde jugó de niño, las lomas de Punta Alegre, allá en Ciego de Ávila, donde corría descalzó con su tirapiedras a la caza de aventuras. Luego vendrían La Habana de grandes casonas que lo asustaban, sus estudios en la prestigiosa Academia San Alejandro, su graduación en el Instituto Superior de Arte, las exposiciones en una veintena de países, los reconocimientos, los premios, la asfixia, el éxodo.
A los músicos les llamamos músicos, a los escritores, poetas, prosistas, novelistas, pero a los pintores les llamamos artistas, quizá porque a la primera mirada se entiende su mensaje. Los cuadros de Rivera cuentan su historia, la de un campesino que vivía en una isla verde, y que los caprichos de la historia trajeron a un pueblo fundado por alemanes a orillas del río Hudson, un pueblo con casas sin portales, ni palmas, donde a las 4:00 p.m. es noche en invierno. Basta ver el cuadro titulado Memorias, donde hieráticos símbolos custodian una palma sola y gris en la distancia, y una leyenda: "Sol que ilumina mi interior, afuera, la noche y el recuerdo".
Ningún sitio mejor para exponer Out of order que Union City, pueblo de inmigrantes. Aquí llegaron los cubanos en la década del sesenta del siglo pasado, y han seguido llegando generación tras generación: cubanos, colombianos, ecuatorianos, centroamericanos, mexicanos. Todos dejaron atrás la palma, el algarrobo, la ceiba, el árbol del pan. Todos soñaron con la patria en la memoria. |