www.cubaencuentro.com Viernes, 13 de mayo de 2005

 
   
 
Su patria eran las palabras
por JUAN ABREU, Barcelona
 

GCI, visto por algunos escritores residentes en Cuba
Miguel Barnet: "Aunque por razones políticas descalificó a todos los intelectuales que vivimos en la Isla, para mí fue un gran artista, atormentado y contradictorio, que sin embargo le dio a Cuba su tercer Premio Cervantes".
Antón Arrufat: "Circunstancias vitales y políticas impidieron que volviéramos a encontrarnos en La Habana, la que nunca olvidó. Pero volverá a caminar estas calles, porque a la cultura cubana pertenece su obra, transformado en escritura sabia y brillante".
César López: "Cabrera Infante es una figura de la literatura de Cuba que no se puede soslayar, lamento su muerte y el sufrimiento de los últimos días me sacude, aunque no comparto sus posturas políticas".
Jaime Sarusky: "Fue uno de los más grandes escritores de este país (…) demasiado comprometido contra Cuba (…) llevaba la posición política a los extremos y en un escritor brillante como era él, pierde la perspectiva con sentimientos retrógrados".
Lisandro Otero: "Cabrera Infante vivió consumido por la animosidad y no pudo advertir con ponderación la época que transcurría, ni las importantes manifestaciones de cambio social que estaban transformando el mundo".
Fuentes: AFP, AP y El País.

Ha muerto en Londres Guillermo Cabrera Infante. Londres, Madrid, Barcelona, París, Miami, cualquier lugar es bueno para morir exiliado. Exiliado. No estoy hablando de emigrantes, ni de cobardicas apocados que miden sus palabras a la hora de hablar de la dictadura por miedo a las represalias, ni de oportunistas que viven en sociedades libres pero lucran con el apoyo a los opresores de sus compatriotas. Hablo de exiliados, es decir de personas que abandonaron su país porque en él se instauró una dictadura totalitaria y como es lógico no pueden volver hasta que esa dictadura termine. Y no sólo no pueden volver; saben que no hay paz posible, ni entendimiento posible ni arreglo posible con el dictador. Ese tipo de exiliado, hoy tan raro entre escritores cubanos, era Guillermo Cabrera Infante.

Los escritores cubanos son, desafortunadamente, baratos; se venden por un permiso de entrada o de salida a la Isla, por la inclusión en una antología amañada por los censores de la tiranía, o porque les publiquen en alguno de los libelos nacionales. Guillermo Cabrera Infante era algo hermoso: un escritor que no se vende. De ahí el odio mezquino que le profesaba el dictador y sus voceros. Por eso su obra está prohibida en Cuba. ¿Pero hay honor mayor para un escritor exiliado que la prohibición de su obra en el feudo del déspota?

La obra de Guillermo Cabrera Infante hizo de la nostalgia de La Habana uno de los mayores logros lingüísticos de la literatura de la segunda mitad del siglo XX. Sus novelas regresarán, cuando Cuba sea libre, a ocupar el lugar fundamental que se ganaron en el cuerpo literario, verbal, de la Isla, de donde nunca debieron estar ausentes. Murió pensando que su patria era Cuba, pero su patria eran las palabras.

En La Habana de los setenta, una generación de jóvenes aspirantes a escritores necesitábamos maestros. Cabrera Infante fue uno de esos maestros. En la desolada ciudad, leer su prohibida obra, saber de su actitud antitotalitaria e insumisa significó para nosotros un impagable estímulo. El panorama era desolador y en medio de tanto servilismo, tener, aunque lejos, a un escritor mayor que no se sumaba a la abyección reinante resultaba consolador.

Ha muerto en Londres un gran escritor, un escritor políticamente decente (ya sé que es un oxímoron), un escritor de una integridad intelectual a toda prueba. Nuestra pérdida, por tanto, no concierne sólo a la literatura, a la cultura, a los dominios del espíritu. Va mucho más allá. Afecta, si tal cosa existe, el alma de la nación.

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