www.cubaencuentro.com Viernes, 13 de mayo de 2005

 
Parte 1/2
 
La buena memoria del criollo
En su última pieza teatral, Antón Arrufat recrea la sociedad cubana desde el fin de la Guerra de los Diez Años hasta los inicios de la etapa republicana.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Farmville
 

La relación que Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 1935) mantiene con la dramaturgia constituye un modélico ejemplo de perseverancia. Desde hace ya unos cuantos años, sus obras se editan pero no se llevan a escena, destino final para el que se suponen fueron creadas. Por causas sobre las que valdría la pena indagar, nuestros directores no muestran interés por su última producción, y en las contadas ocasiones que se acercan a su teatro prefieren recurrir a piezas más antiguas como Todos los domingos. Ni siquiera un texto tan espléndido como Los siete contra Tebas ha corrido mejor suerte: treinta y siete años después de su polémica publicación sigue sin estrenarse en la Isla.

Las tres partes...

Eso, sin embargo, no ha desanimado a Arrufat, quien ha dado a conocer con cierta regularidad nuevos títulos. Así, tras salir de los más de quince años de marginación a los cuales fue confinado a partir de la década de los setenta, dio a conocer La tierra permanente (1987), La divina Fanny (1995) y Las tres partes del criollo (2003). Un ejemplo, ya digo, de perseverancia y, a no dudarlo, también de convicción en la labor propia. Tiene además mucho que ver con una cualidad suya a la cual se ha referido el propio autor: "Mi capacidad de resistencia ha sido siempre fabulosa. Creo que se fundamenta en un mecanismo de defensa inconsciente muy simple: cuando termino de hacer algo, lo olvido. O dicho con mayor precisión: me entrego de inmediato a otro hacer".

Como señala Abel González Melo en el excelente estudio crítico incluido como epílogo de Las tres partes del criollo, ese texto conforma, junto con La tierra permanente y La divina Fanny, una trilogía cubana del siglo XIX. Esos tres títulos, que dan continuidad a la nueva etapa de su obra dramática que Arrufat inició con Los siete contra Tebas, comparten —prosigo citando los inteligentes juicios de González Melo— la preferencia por los espacios exteriores, la recreación de personajes ya existentes, la mezcla de géneros y una extensión desusada en nuestra tradición teatral. Esto último no lo es, en cambio, en Estados Unidos y Europa: ahí están, a modo de ejemplos, Ángeles en América, de Tony Kushner, La historia terrible, pero inacabada, de Norodom Sihanuk, rey de Cambodia, de Hélène Cixous, y Los últimos días de la humanidad, de Karl Kraus, cuya escenificación requiere varias horas.

De adaptación a texto con vida propia

Homenaje a Carlos Loveira, anota Arrufat debajo de Las tres partes del criollo. En eso cuajó finalmente un proyecto en el cual trabajó a lo largo de dos décadas; de adaptación de la novela de Loveira Juan Criollo (recuerdo que alguna vez, cuando su autor me leyó algunas escenas, su obra tenía como título Retrato de Juan Criollo), terminó por cristalizar en un texto con plena autonomía respecto al modelo del cual partió. Ni siquiera ha quedado el "Criollo" del personaje protagónico, que pasó a llamarse Juan Cabrera.

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