www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 2/4
 
¿Y de mi Cuba qué?
Virgilio Piñera en persona, de Carlos Espinosa Domínguez. Editorial Término, Colección Ideas, Denver, 2003.
por JESúS JAMBRINA, Iowa
 

Y es que Virgilio Piñera en persona se lee principalmente como una biografía, en la medida en que se sigue una cronología, se cotejan los hechos con diferentes fuentes, se insertan notas privadas, extractos de entrevistas, reseñas de libros, cartas, invitaciones, la partida de nacimiento, calificaciones de clases, recibos de pagos, telegramas y testimonios —quizá se hubiesen podido incluir más fotos, pero lo más seguro es que ello hubiese encarecido la edición—. Toda esta información adicional revela simultáneamente la figura misma de Piñera, así como la circunstancia donde éste desenvolvió su labor literaria. La yuxtaposición de datos ayuda a comprender la matriz simbólica de la que se nutren la poesía, el teatro, la ficción, así como la labor crítica de este escritor.

La última parte del libro "Les ponts son coupé (1971-1979)" es, quizá, la más novedosa —de hecho, es la más voluminosa del libro— entre otras razones, porque es de la que menos se sabía, pero también porque verifica al final de su vida el espíritu de resistencia y renovación que siempre caracterizó la labor creativa de Piñera. La censura en los 70, por infantil, no fue menos perversa, todo lo contrario: estuvo diseñada fríamente para callar las voces problemáticas dentro de la cultura artística y literaria, y ello constituyó un desajuste civil que la historia intelectual no debe cubrir con eufemismos y tendrá que estudiar en relación a sus consecuencias para las estrategias de representación de esos años y los siguientes, así como su repercusión en la vida cotidiana de los ciudadanos mismos. En mi opinión, por las características de la familia Gómez, es decir, línea fundacional de la nación, pero también por la vocación civil de Piñera, típica por demás de muchos cubanos de su generación, nivel educativo y procedencia social, las relaciones entre el escritor y los habitantes y contertulios de Villa Manuelita, en Mantilla, rebasan la simple visita amistosa.

Revisando los textos que indistintamente le fueron dedicados a los miembros de dicha familia, en especial a Juanita, no es difícil darse cuenta de que para Virgilio Piñera esa relación —sin restarle cualidades a las que tuvo con otros amigos y amigas suyos en esa época— encerró un marcado simbolismo personal y político. Frente a la exclusión institucional a la que fue sometido, el escritor encontró en La ciudad celeste, como él mismo la llamó, el reconocimiento, no sólo literario, que sabía que de todas formas le correspondía, sino moral y afectivo, al que todo individuo aspira en su país. La política cultural oficial no se lo brindaba, pero sí el humanismo y la práctica democrática (literalmente periférica) de Juanita Gómez, hija del prócer Juan Gualberto Gómez, quien abrió la verja de su "desvencijada quinta" a no pocas de las figuras estigmatizadas del momento por una u otra razón.

Este tipo de evento o anécdota es importante subrayarlo porque, en tanto homosexual, la voz de Piñera, como la de Arenas y muchos otros, todavía no es escuchada positivamente con respecto a su versión de lo nacional. Como ha escrito recientemente Emilio Bejel (Gay Cuban Nation, 2001), la homosexualidad es uno de los límites que los discursos nacionalistas se imponen a la hora de delimitar sus fronteras morales e ideológicas; luego, la voz homosexual, en tanto abierta a nivel público, tiende a ser descalificada por las aspiraciones hegemónicas en cuanto a temas como la organización de la nación, la política y el estado. Habría que acabar de preguntar en qué radica concretamente el (supuesto) vacío del impulso piñeriano, qué significa ese código en su poética en términos de propuesta epistemológica y a dónde conduce su intensidad creativa. ¿Puede el vacío convertirse en "Isla" (1979) como hace el sujeto hablante de uno de los últimos poemas del autor? ¿O son las ficciones teleológicas las que se han vaciado, si acaso siempre lo estuvieron, de contenido real y simbólico? ¿Pueden o no coexistir las diferencias en el espacio gnóstico nacional?

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