En tanto lector, me hubiese gustado saber más sobre las opiniones de Piñera acerca de la sexualidad como influencia vital en la literatura y no es sólo por voyeurisme —sí, no voy a cometer la ridiculez de negarlo— sino también porque, como en el resto de los temas que abordó —y hoy sabemos que sí abordó directamente los temas sexuales—, Piñera reveló en sus percepciones una conceptualización ética y estética acerca de este asunto. "Tres elegidos" (1945), "Ballagas en persona" (1955), "La gran puta" (1960), "Sexualidad y machismo" (1960), La vida tal cual (1961) y "Fíchenlo, si pueden" (1976) contienen, junto a Paradiso (1966) y Oppiano Licario (1977), de Lezama Lima, entre otros textos de los 60 y los 70, una clara reflexión de cómo la sexualidad y el erotismo —en sus diversas orientaciones genéricas y gradaciones discursivas— se articulan dentro del sistema cultural de una nación, lo cual es uno de los retos epistemológicos de nuestro tiempo en cualquier parte del mundo.
Por el testimonio de Antón Arrufat en este libro, sabemos cuánta influencia tuvo la herencia judeocristiana en los años iniciales de la Revolución y cómo ello contribuyó a la exclusión de Piñera y, en general, de los homosexuales, las lesbianas y las conductas "impropias" de entonces, de una participación más amplia en los destinos del país. Por él también sabemos que el autor de El No (1965) apostaba "por menos sexo y más obra" —¿hay una contradicción entre uno y otra?— no obstante, leída cuidadosamente, la obra de Piñera se revela en muchos sentidos como un forcejeo brutal entre la carne y el espíritu. No sucede lo mismo que en otros escritores donde, siguiendo a Freud, pudiera decirse que la sublimación sexual justifica la escritura, sino que en Virgilio la conciencia del cuerpo se empasta con la escritura, convirtiendo a esta última en una dificultad constante, como dijo el autor en algún momento:
"Porque no se lucha por la escritura sino en su contra. Desconfiar de aquellos escritores que afirman encantarle la literatura. Llegar a dominar la escritura, obtener esa alquimia de entrarla en la corriente sanguínea de nuestro cuerpo, es el combate que todo escritor debe plantearse. Escribir simplemente es un oficio como otro cualquiera, en cambio escribirse, he ahí el secreto".
Luego yo eché de menos un poco de cháchara mundana sobre el tema de la sexualidad y su traducción en literatura, alguna anécdota como la de Cabrera Infante en Mea Cuba (1992), en la que relata cómo Virgilio se deshizo de fotos pornográficas en una carretera a las afueras de La Habana ante el temor de que la policía las encontrase en su casa. Alguna entrevista con Severo Sarduy donde se explorara la relación entre los dos autores —recordemos que Severo en uno de sus textos pidió la santificación del poeta de "Solicitud de canonización de Rosa Cagí" (La vida entera, 1969)—. Algunas palabras de Reinaldo Arenas, quien diviniza al amigo al inicio de su autobiografía Antes que anochezca (1992). Es decir, ofrecer elementos a los lectores cubanos de cómo cristaliza en Piñera una tradición que desacraliza el sexo y la sexualidad como tema tabú en la mentalidad pública cubana, algo que junto a varias otras cosas, él percibió como tarea moral y artística de su momento histórico y de lo cual la intelligenzia de vanguardia en Cuba, más o menos secretamente, siempre le ha quedado agradecida desde los años 40 hasta la actualidad, época en que muchas de las ganancias piñerianas están siendo sistematizadas.
El libro de Espinosa Domínguez, por último, como su anterior sobre José Lezama Lima, es una contribución importante a los estudios cubanos en su conjunto, así como un aporte al conocimiento puntual de la literatura iberoamericana en general. Su publicación, tanto en Miami como en La Habana, es una oportunidad que ningún interesado debe perderse. |