www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 3/4
 
¿Y de mi Cuba qué?
Virgilio Piñera en persona, de Carlos Espinosa Domínguez. Editorial Término, Colección Ideas, Denver, 2003.
por JESúS JAMBRINA, Iowa
 

El libro preparado por Carlos Espinosa contiene, además, algunos testimonios afines, en particular los de Antón Arrufat y Abilio Estévez —se extrañan otros como los de Dulce María Loynaz, José Rodríguez Feo, y Severo Sarduy, por sólo mencionar a tres— quienes no sólo exponen sus experiencias como amigos del escritor, sino que, desde los años que siguieron a la muerte del mismo, ya avanzaron valiosas opiniones que aún hoy ayudan a poner en perspectiva la obra en cuestión. Arrufat, por ejemplo, con la sabiduría que caracteriza sus observaciones sobre literatura cubana, ha sido el único en reconocer que para indagar en los presupuestos críticos de Piñera no sólo hace falta revisar con cuidado sus ensayos y reseñas, sino también sus epístolas, "esa carta privada, silenciosa y explosiva que llegaba por correo a la casa de su destinatario". En sus largas parrafadas, Arrufat alterna recuerdos emotivos —la casa en Guanabo, la detención policial en 1961, las coincidencias y los desacuerdos literarios— con elaboraciones mayores sobre la obra del amigo muerto —véase sus criterios sobre Electra Garrigó (1948).

Abilio Estévez, por su parte, se muestra más parco en sus memorias, pero no por ello menos elocuente e intenso en sus descripciones. A diferencia del autor de La noche del aguafiestas (2001), el de Los palacios distantes (2002) parece subrayar el aspecto ético de las enseñanzas piñerianas y concentra su narración en momentos como el del encuentro mítico en 1974, las impresiones de los primeros intercambios entre él y Virgilio y también el entusiasmo último de éste por la escritura, sus nuevos proyectos, sus ansias de continuar viviendo y sus ironías sobre la muerte: "Sabes lo que pasa Abilio, que soy un inmortal". En las palabras de Estévez persiste la tensión no resuelta en la conciencia intelectual de los años 80 —este libro se terminó en el 86— de lo que significaron los 70, no sólo para los autores ya consagrados, sino para los jóvenes que andaban en busca de modelos de los que pudieran aprender acerca del trabajo literario, pero igualmente de cómo relacionarse con el mundo en tanto situación inmediata, en conflicto. Su testimonio es el del discípulo que absorbe como una esponja las emanaciones del maestro y luego de rumiarlas las transmite a los otros.

Hay, sin embargo, cierta candidez en el relato de Abilio, cierta fascinación con la manera en que Piñera, ya en 1979, había jugado (y ganado) su partida final de dominó (con la trascendencia), así como cierta sublimación dolorosa, cierta inconformidad con la manera en que sucedieron las cosas: "…aunque  estuve en la exhumación de sus restos tres años después, nunca creí que Virgilio hubiese muerto de verdad. Parece que de tanto oírle hablar de su inmortalidad, yo llegué a creérmelo. Siempre espero que un día toquen a la puerta y cuando abra, sea él que trae un pie de la dulcería y me diga con su sonrisa habitual: '¿Y de mi Cuba qué?'".

  Si pensamos en el ajetreo social en el que vivió el autor de Aire frío (1959) en sus sesenta y siete años, las intervenciones de personas que lo conocieron son relativamente pocas en este libro. Pero es mérito de Espinosa el haber logrado reunir un grupo de ellas, incluidos sus familiares, lo suficientemente próximas para dar una imagen coherente y cercana del escritor en cada una de las épocas que le tocó vivir: José Antonio Portuondo, Francisco Morín, Abelardo Estorino, Rine Leal, Guillermo Cabrera Infante, Ana María Muñoz Bach, Fina y Juan Gualberto Ibáñez Gómez (Yonny), etc. En honor al espíritu polémico de Piñera, hubiese sido adecuado incluir alguna que otra opinión discordante o algunas posibles reconsideraciones después de pasados tantos años.

Por ejemplo,  Cintio Vitier —la controversia más o menos visible entre estos dos escritores es una de las más ricas de la historia de la literatura cubana y sus resultados están por investigarse en profundidad—; Gastón Baquero, que sobrevivió a Piñera por varios años y a quien este último criticó fuertemente cuando "se pasó" al periodismo en la década de los 40 —Arrufat se refiere a ello en este mismo libro—; Eliseo Diego, de quien habría que pensar algunos versos —pienso en "Dicen que soy reciente, de ayer mismo/ que nada tengo en qué pensar, que baile/ como los frutos que la demencia impulsa" ("El segundo discurso: aquí un momento", 1949)— en franca respuesta a varios de La isla en peso (1943), y que a la altura de 1992, recordaba a Piñera como al único ser humano que en vez de sangre, llevaba letras en las venas. Autores cuyas poéticas batallaron con la iconoclastia de quien, quizá, fue su contemporáneo más activo a nivel estético.

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