www.cubaencuentro.com Lunes, 18 de agosto de 2003

 
  Parte 1/2
 
Hialeah: Utopía sin límites
El gobierno cubano ha sido incapaz de generar una 'arquitectura socialista' que dé continuidad a la admirable obra colonial y republicana precedente.
por BALTASAR MARTíN
 

En su libro Rosas a crédito, la novelista Elsa Triolet condena a Martine, la protagonista, a morir en la choza miserable de su madre con su hermosa cara comida por las ratas, sólo por haber sido una pobre muchacha obsesionada por la limpieza, la belleza y el confort, ansias que le permitieron desde niña trascender el oscuro medio familiar en que le tocó nacer, y transformarse en una joven trabajadora, atildada y agradable, a diferencia de su madre y de sus hermanas.

Edificios
Arquitectura socialista: estética de la provisionalidad.

Enajenación consumista aparte, Martine es un personaje positivo, y por sobre todas las cosas, humano. La vida también a la larga se vengó de Elsa Triolet, quien a pesar de ser rusa y comunista, no vivió en el Moscú difícil de los años veinte y treinta, sino en el París del oropel capitalista hasta su muerte en 1971.

Ella no pudo ver cómo casi 20 años después de su muerte, las Martine "estealemanas", búlgaras, checas, rumanas, polacas, húngaras y soviéticas, que sí vivieron con sus respectivos pueblos toda la experiencia socialista y no la contemplaron panfletaria y esquemáticamente desde París, prefirieron regresar a la orilla capitalista, en vez de continuar por el puente del "socialismo real", construido hasta ese entonces en pos de la sociedad comunista.

Martine no es un engendro burgués, es una realidad de la vida, necesita de la belleza y del bienestar material para sentirse realizada como ser humano y tener alicientes para vivir, además de que, como regla general, casi todos los funcionarios comunistas este-europeos se desvivían por la "pacotilla" cuando viajaban a Occidente, y no por esto se deben censurar, sino por pretender que sus pueblos hicieran lo contrario.

Al ser este modelo socialista de sociedad el que Fidel Castro implanta en Cuba a partir de 1961, el fenómeno del abandono de la estética en la arquitectura se reproduce también en la Isla, sobre todo a partir de 1970, porque en la primera década hubo numerosas excepciones notables, gracias al talento de valiosos creadores (casi todos se marcharon después), y a la gran fuerza de inercia con que venía la nación desde la denostada república "burguesa".

La arquitectura, desde sus primeros tiempos, ha sido considerada como arte en sí misma, y receptora natural de otras manifestaciones plásticas como la pintura y la escultura, cualidad que no debe desaparecer con la introducción de métodos constructivos industriales, sino por el contrario, reafirmarse, junto a su función estético-educativa que la masividad ahora supuestamente facilita. Pero en la Cuba de Castro, el prefabricado se comenzó a emplear indiscriminadamente, sin tener en cuenta a los arquitectos y artistas locales para garantizar la presencia de la plástica en cada nueva obra, ni la cultura y tipología ambiental. Al punto de que al lado de la Catedral de Ciego de Ávila se llegó a construir un edificio de cuatro plantas Gran Panel IV, que parece una gran caja de zapatos al lado de la iglesia. El país se llenó de nuevos barrios idénticos, sin que, para colmo, nunca se llegara a satisfacer —ni medianamente— la creciente necesidad de viviendas para la población.

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