www.cubaencuentro.com Lunes, 18 de agosto de 2003

 
   
 
La Habana: Para ir tirando
por TANIA QUINTERO/IVáN GARCíA
 

Mirta ya cumplió 72 años. Todas las mañanas se va a pie desde Luyanó hasta el Cerro. Unos cuatro kilómetros en total.

- Para allá voy bien, con dos jabas con diez pepinos (botellas plásticas alargadas, de litro y medio cada una) vacíos. Lo malo es el regreso.

Lecturas
La Habana: submundo precario.

Luego de dos o tres horas de cola, Mirta llena los diez pepinos de refresco gaseado a granel, del sabor que haya (naranja, piña, limón o cola). Cada pepino le cuesta un peso y 50 centavos, 15 pesos en total por los diez pomos llenos (0,75 centavos de dólar al cambio actual).

- Para acá vengo en guagua. No es fácil, porque los pepinos llenos pesan 30 libras.

Todo ese trabajo para ganarse tres pesos por cada botella, vendida por vasos al vecindario. Unos 30 pesos en cada jornada. Una cantidad con la que se puede comprar un dólar en la Cadeca: casa oficial de cambio, que vende el dólar a 27 pesos (en la Cadecas, al menos en las de la capital, compran el dólar a 26 pesos. Por fuera, la relación dólar-peso es de 25 pesos).

Mirta no se queja: "gracias a Dios tengo salud, me siento fuerte y como vivo sola, con ese dinerito me alcanza para sobrevivir".

Sara, su vecina, ha ideado otra manera de "buscarse unos quilos extras" sin necesidad de salir de casa. Desde hace una semana vende croquetas, papas rellenas y tamales.

- Es un poco engorroso, pero con lo que hago voy tirando.

Después de descontar los gastos por concepto de "materia prima", logra una ganancia de 40 a 50 pesos. "Algo es algo", dice Sara mientras se limpia las manos en el delantal.

Otra ama de casa de la cuadra se ha embullado "porque esto aquí está cada vez peor". Su especialidad son los dulces: pudines, flanes, mermeladas y panetelas. Todo por encargo y servido a domicilio. "Cobro más porque la inversión es mayor".

Por calles y avenidas usted se tropieza con vendedores furtivos proponiendo desde termómetros hasta mameyes. O personas que se acercan y dicen: "cambio ropa por comida" o "compro ropa vieja". En este submundo precario no faltan tipos a la casa de relojes rotos, plumas de fuentes o pomos de perfume vacíos.

Pese al agravamiento de la vigilancia, siguen viajando a La Habana mujeres cargadas de productos del agro, ya sea ají cachucha o miel de abejas, o de "mercancía peligrosa" como café, queso y leche en polvo.

Las más arriesgadas son las que traen carne de res, camarones o langostas, tres de los alimentos que el cubano promedio tiene prohibido consumir. De ser ocupados por la policía pueden conducir a severas condenas en la cárcel.

Lugar aparte merecen los pregoneros (mecánicos de cocina, lavadoras o máquinas de coser), o los que también venden fideos, palitos de tender o veneno para cucarachas. Personaje famoso en La Víbora, Santos Suárez y Lawton, es un anciano que hasta dos veces al día recorre kilómetros con una rústica nevera a la espalda, gritando: "Vaya, bocadito de helado, de chocolate, fresa y mantecado".

Por aceras y portales hace rato se volvió común ver a viejos, mendigos y borrachos que ofertan lo que una vez fue suyo: cubiertos retorcidos, zapatos usados y hasta el álbum donde guardaban las fotos de la familia que se fue y nunca más supieron de ella.

Es la clase de cubanos que hoy se ve por doquier y que, desgraciadamente, va en aumento.

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