www.cubaencuentro.com Lunes, 18 de agosto de 2003

 
  Parte 1/2
 
Caracas: Batallas de agosto
por BENIGNO NIETO
 

¿Qué cubano no sonrió de gozo con las fotos del ingenioso camión-lancha navegando sobre las olas, con esos compatriotas a bordo? Ese camión surrealista era el símbolo de un país harto de Castro, y de todos los balseros que huyen en busca de una vida digna y libre. Esos compatriotas eran emprendedores, ingeniosos y audaces, las actitudes básicas para triunfar en cualquier sociedad democrática.

Gutiérrez Menoyo
Agosto caliente: Balseros, Bush, Martha Beatriz, Rivero… y ¡Menoyo!

Cuando los guardacostas los devolvieron a Cuba y hundieron el aparato en el mar, el exilio se indignó. Una semana después, otro guardacostas devolvió a Cuba, casi de contrabando, a otros doce cubanos que habían secuestrado una embarcación estatal. Para colmo, se ha rumorado que negociaron con el régimen para que no los fusilaran, y los condenaran, como máximo, "solamente" a 10 años de cárcel.

El exilio está furioso. Estos contubernios con el dictador han provocado una crisis política en Miami. Muchos han jurado que no votarán por Bush; otros han renunciado al Partido Republicano. Así de apasionada es la solidaridad del exilio con los compatriotas que huyen de Castro. Y con razón. Ese exilio ha dejado su vida, y enterrado sus muertos, en una lucha larga y desigual con Fidel Castro, y hasta contra los prejuicios del mundo entero. Además, ha defendido a Estados Unidos, en las buenas y las malas, con más ardor que la mayoría de los nacidos en esa gran democracia.

Pero esta relación ha entrado en crisis. Algunos en la radio han querido justificar la política inmigratoria de Washington. Al parecer, son más republicanos que cubanos. Una frase que les duele, porque en el fondo es justa. "Washington no tiene amigos sino intereses", dijo el brasileño Juscelino Kubitschek, en 1960. Esa verdad la podrían suscribir los suizos, sin avergonzarse. Se entiende que Estados Unidos ejerza su derecho a controlar la inmigración ilegal, a defender sus intereses y su seguridad nacional. Se entiende que los senadores norteamericanos antepongan el bolsillo de sus granjeros a la libertad de Cuba. Pero lo que no puede soportarse, es que venga un cubano del exilio y se pronuncie contra un infeliz balsero.

No importa que esos balseros afirmen que no emigraban por problemas políticos. Todos sabemos que mienten. Cualquier cubano que se juega la vida lanzándose al mar, en el fondo lo hace huyendo del castrismo, aunque el terror ideológico, la paranoia y la autocensura aprendida, le impiden admitirlo.

La indignación contra Bush, por su política vacilante con Cuba, ha distraído al exilio de la que debería ser la primera de sus preocupaciones: los setenta y tantos cubanos recientemente condenados a 1.400 años, en cárceles de máximo rigor. Algunos están enfermos, como ya se sabe. Los han trasladado a cárceles lejanas, y humillan a sus esposas y familiares. Debe lucharse por su liberación. No hay que pedir clemencia, sino justicia. Que no haya paz con ningún Gobierno del mundo, mientras ellos estén presos. Que no haya paz con Bush. Ni con el Partido Demócrata. Ni con "los valientes patriotas" de la radio de Miami. Ni con la izquierda exquisita.

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