www.cubaencuentro.com Jueves, 29 de enero de 2004

 
  Parte 2/2
 
Barcelona: Dos barrios chinos
Otros contrastes: Entre 1913 y 1929 arribaron los últimos treinta mil chinos a la Isla. A la Ciudad Condal han llegado recientemente.
por MANUEL PEREIRA
 

En efecto, a mano derecha del último tramo de Las Ramblas ya se pueden ver a algunas mujeres haciendo la calle y la marquesina iluminada de un gran peep show nos avisa que hemos llegado a la Esquina del Pecado de aquí. Cuando nos adentramos por ese camino, sus calles bulliciosas y concurridas, recuerdan las del Barrio de Colón de mi infancia. De noche, por algunas de estas calles ni siquiera la policía se atreve a entrar. Algunas son oscuras y peligrosas, como l'Arc del Teatre, o Santa Mónica…

En medio de esa atmósfera libertina y hampesca, la única conexión entre este barrio chino y el nuestro es que allá en La Habana había un famoso teatro llamado Shangai. Salvo eso, yo entré allí buscando chinos y encontré putas, fui creyendo que iba a encontrarme un palimpsesto de la calle Dragones y me topé con un remedo de la calle Crespo o Blanco. Fui buscando nuestro Barrio Chino y de pronto me hallé en nuestro Barrio de Colón: noctámbulos y turistas en busca de emociones fuertes recorren las esquinas, entre salas donde se ofrecen espectáculos pornográficos, como el famoso Bagdad, o lugares curiosos como la Bodega Bohemia, que es un cabaret kitsch, con más de un siglo de fundado.

Allí cantan viejas celebridades de la farándula, glorias olvidadas del cuplé y travestis, mientras gran parte de la clientela asiste al show para burlarse de ellos. Hay otros locales emblemáticos, como El Marsella o el Pastís, un bar con ambiente nostálgico francés, donde siempre se oyen canciones de Edith Piaf. Este detalle es significativo porque revela el afrancesamiento de la barriada. Hasta hace poco existía en el Paralelo el célebre cabaret El Molino con sus strip-teases, que era una copia del Moulin Rouge de París.

De hecho, toda esa parte del Chino quiere parecerse a la zona de Pigalle, lo cual no es de extrañar en una ciudad que siempre ha mostrado un intenso mimetismo parisino con su remedo del Arco de Triunfo, o con ese templo en la montaña del Tibidabo que se llama Sagrat Cor y que puede verse desde muchos puntos de Barcelona, igual que la basílica del Sacré-Coeur, que domina París desde la colina de Montmartre, para no hablar de la influencia que la remodelación de la capital francesa —llevada a cabo por el barón Haussmann— tuvo en el Plan Cerdà o Ensanche de Barcelona.

Sin embargo, no todo es sordidez en el Barrio Chino, también hay lugares luminosos como el mercado de la Boquería, el Museo de Arte Contemporáneo (MACBA), el Palacio de la Virreina, el Palacio Güell, de Gaudí, y esa discoteca llamada La Paloma, que es un antiguo teatro reformado donde las parejas bailan entre palcos.

El año pasado pasé fugazmente por el Barrio Chino de La Habana y descubrí que ya no quedaban chinos. Ni siquiera los viejos que yo llegué a conocer. Ahora sí que estos dos barrios se parecen por la ausencia de asiáticos. Entre 1913 y 1929 llegaron los últimos treinta mil chinos a Cuba. Y nunca más se reanudó ese flujo. Lógicamente, más de setenta años después, sus descendientes se han mestizado y dispersado tanto que ya el barrio ha perdido su alma. Por eso de poco vale que rehabiliten un restaurante como El Pacífico. Es como reconstruir un asentamiento costero vikingo sin vikingos. Pura museología que da ganas de llorar.

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