www.cubaencuentro.com Martes, 25 de mayo de 2004

 
   
 
Canarias: Las ratas
Las vilezas cometidas contra prisioneros iraquíes añaden obstáculos a la lucha de las democracias occidentales contra el terrorismo islamista.
por MANUEL DíAZ MARTíNEZ
 

No me han causado asombro las escenas de militares norteamericanos e ingleses ultrajando y torturando a prisioneros iraquíes. Como ésas, y peores, con protagonistas de diferentes nacionalidades, las vengo viendo desde que tengo uso de razón. Además, me he habituado a que la historia sea un almacén de pesadillas. Me han causado, eso sí, como siempre, ira y repugnancia.

Muqtada
Clérigo radical Muqtada al-Sadr.

En Cuba, cuando cayó la dictadura de Batista, las páginas de los periódicos y las revistas se cubrieron de fotos espeluznantes. Batista tuvo a su servicio muy laboriosos peritos en tormentos. En el París de 1960 conocí, de primera mano, testimonios abrumadores de las crueldades que menudeaban en los cuarteles franceses en Argelia y en las mazmorras de la policía política portuguesa de entonces, la siniestra PIDE de Salazar. Y si alguien se interesa en conocer los horrores de los penales y de los centros de detención de la Seguridad del Estado en la Cuba castrista, que preste oído a las angustiosas denuncias que sacan a la calle los propios presos cuando pueden.

Los ejércitos, compuestos por centenares de miles de individuos, carecen de filtros infalibles para impedir que en sus filas se cuelen sádicos, sociópatas, pervertidos y granujas. Esta gentuza, que suele tener apariencia normal, halla en los ejércitos, especialmente en medio de turbulencias bélicas, oportunidades para satisfacer sus aberraciones.

Lo que bajo ningún concepto debe consentir un Estado democrático, y mucho menos si sus fuerzas armadas se están desangrando en el intento de implantar la democracia en un país que fue liberado de un déspota brutal, es que las ratas coladas entre sus soldados cometan crímenes que puedan manchar a toda la tropa y ofendan y confundan a la población que se intenta ayudar. Si esos crímenes se cometen, aunque se castiguen, la causa que defiende ese ejército queda irremisiblemente dañada. Si se permiten, lo mejor que puede hacer el ejército es irse a casa con sus ratas.

Las vilezas cometidas contra los prisioneros iraquíes añaden obstáculos a la lucha de las democracias occidentales contra el terrorismo islamista. Puede decirse que los torturadores han traicionado el sentido de esta lucha. Los que aparecen en las fotos orinando a prisioneros están orinando encima de los cientos de soldados de la Coalición que han caído combatiendo por el derecho de los iraquíes a ser libres y vivir con dignidad.

El daño, gravísimo, está hecho. Pero será irreparable si los sonrientes y fotogénicos verdugos de la cárcel de Abu Ghraib y los mandos militares y políticos implicados en sus abominables actividades no son procesados y condenados como criminales de guerra. Y el compungido señor Donald Rumsfeld, que estuvo meses ocultando el delito, debe dimitir y comparecer ante los jueces como encubridor.

La tortura es tan injustificable y abominable como el terrorismo. Es el terrorismo a puertas cerradas. Sin embargo, en este caso ha habido fotos, muchas, con los torturadores, muy festivos ellos y ellas, posando junto a sus víctimas. Esto es curioso. Pero también lo he visto antes.

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