www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
  Parte 1/2
 
La Habana: Cuando un héroe se cansa
Los que se van pero vuelven: Miguel Coyula, la sorprendente desaparición del comandante del Ejército Libertador.
por RAFAEL ALCIDES
 

También los héroes se cansan. Cuando no se cansan de ser héroes, se cansan de ser famosos. Por lo general, optan por esconderse, desaparecer, en busca del reparador olvido del que por fin volvió a ser nadie al menos por un rato. Fue, en ajedrez, en años recientes, el caso de Boby Fisher; y en cine, años antes, el de la actriz Greta Garbo; y en Cuba, la sorprendente desaparición del comandante del Ejército Libertador Miguel Coyula.

Sello
Sello con el rostro de Miguel Coyula.

Era en Coyula un cansancio más que justificado después de toda una vida de homenajes, aplausos y cariños que lo convirtieron en una especie de trofeo, de lujo nacional. Verlo asomar en una calle de La Habana, era ver a grandes y chicos, a caballeros y damas, corriendo a asomarse a la acera para saludarlo y poder tener el privilegio de decir luego, yo lo vi. Pues, aunque por sus cargos gozaba por lo general el comandante de automóvil oficial con chofer, prefería el tranvía para ir y volver de su trabajo.

Desolados, sintiéndose señalados por tan inaceptable anacoretismo ético, hasta sus enemigos políticos lo reconocían: aquel patricio que tantas oportunidades de enriquecerse había tenido, seguía siendo pobre y viviendo en una humilde casa rentada. Por lo que escribía y decía en la tribuna, tampoco parecía quererse la vida. Incluso, en uno de esos raros periodos de la dictadura de Machado en que no regía la ley de censura de prensa, se atrevió a exigir la renuncia al tirano en una carta que publicó Bohemia. Y no se marchó del país, aunque vivió escondido.

Reconocido orador y temido periodista, también era conocido como "el hombre-renuncia" por su poca duración en los cargos. Fue el primer presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

"Dale, Coyula", le gritaban las masas alentándolo, cuando, dentro o fuera del foro parlamentario, comenzaba con su verba impetuosa a desnudar las inmoralidades nacionales con el mismo ardor con que años antes atravesara la manigua machete en mano a las órdenes del lugarteniente general Calixto García, primero, y después, del mayor general Mario García Menocal —cuyo duelo despediría en 1940, a petición de la familia del fallecido, no obstante estar por entonces ambos compadres y amigos distanciados políticamente—.

De regreso de su brillante actuación en la Constituyente de 1939, pero ya decepcionado de la política de partidos con sus pactos onerosos, no aceptó ir con Grau de candidato a vicepresidente de la República en las elecciones de 1940, ni mucho menos con los hermanos Prío en 1948. Y cuando para esas mismas elecciones, Chibás lo recomendó para candidato a la presidencia, a cierta coalición política a la que prometió apoyar con su partido de reciente creación (el Ortodoxo), tampoco lo aceptó. Del mismo modo que no aceptó del Senado, años antes, una pensión vitalicia de quinientos pesos mensuales, que en aquel tiempo, en que una vaca parida valía quince pesos, era un capital.

Así siguió pasando por la paz como héroe de todos los días el héroe de un día en la manigua. Hasta de los barrios, y aun de provincias, venían padres con sus niños de la mano a verlo entrar en el periódico El Mundo. Si hubieran dicho entonces que podía volar y resucitar muertos, nadie lo hubiera puesto en duda.

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