www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
   
 
La Habana: Perdura una injusticia
Dos años después de la ola represiva: Adolfo Fernández Saínz continúa encerrado, con 25 libras menos de peso y siete padecimientos de salud adquiridos en la prisión.
por JOANA FERNáNDEZ NúñEZ
 

Era el 18 de marzo de 2003 y empezaban a correr las noticias sobre los encarcelamientos. Periodistas independientes cubanos y opositores pacíficos, unos tras otros, eran arrestados por la Seguridad del Estado. En la casa de Adolfo Fernández Saínz el teléfono no paraba de sonar y en su voz el periodista denunciaba lo que estaba ocurriendo a las emisoras que lo llamaban desde el exterior del país. Al anochecer ya era un hecho: una oleada represiva contra la incipiente sociedad civil cubana.

A. Fernández
Periodista Adolfo Fernández Saínz, condenado a 15 años de prisión.

A la mañana siguiente, cuando salí hacia mi trabajo, sabía que esta vez el apartamento 19 de Belascoaín 465 no escaparía de la furia oficial.

La radio extranjera decía por entre la interferencia: "Ya son 23", "30", "Tumbaron la puerta de un opositor en el interior del país", "Los registros son de hasta 12 horas"… El teléfono seguía sonando y "la bola picaba" más cerca. Se sucedían los nombres, conocidos unos, otros menos. Eran de toda Cuba. Sólo era cuestión de tiempo. En el aire flotaba la tensión, el coraje y cierta premonición de historicidad.

A las cinco de la tarde regresé a casa. Todo estaba igual, radio y teléfonos sonando, y mi padre atendía los dos equipos a la vez y tecleaba en su ruidosa máquina de escribir eléctrica. Escribía sobre lo que estaba ocurriendo para la agencia rusa Prima News.

Entonces sonó el timbre. "Son ellos", dijo él, y se levantó de la silla. Mi mamá y yo nos miramos estremecidas. Entraron. No eran uno ni tres. Eran 15. Después fueron 18, con el camarógrafo y los peritos en batas blancas.

El pequeño apartamento parecía no dar cupo a tantas pisadas no deseadas. El registro-humillación duró ocho horas. Ellos acumulaban cosas "sospechosas" sobre la mesa: la máquina de escribir, sus artículos, material de oficina…

Adolfo, callado, estaba sentado en una butaca. Sólo su vientre se movía lentamente mientras respiraba. Sólo habló una vez, ya avanzada la noche. Le preguntaban sobre un carné de traductor-intérprete de cuando trabajó en la ONU, en 1989. Que si era de la CIA. "¿Qué usted dice?", sonrió con incredulidad casi divertido. "Ahí dice claramente de lo que es. Sólo que está en inglés. Léalo usted mismo. Ese es su trabajo, no el mío".

A la una de la madrugada sacaron todas las "pruebas" en grandes bolsas de nylon negro. Después, lo más importante, a él.

"¿Quién se responsabiliza de su integridad física?", preguntamos mi mamá y yo. Un capitán de la Seguridad del Estado dijo su nombre. "Chao pipo. Fuerza. Estamos orgullosas de ti. Qué Dios te bendiga".

Dos años más tarde, con 25 libras menos de peso y siete padecimientos de salud adquiridos en la cárcel, Adolfo Fernández Saínz continúa encerrado en la Prisión Provincial de Holguín, enterísimo espiritualmente.

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