www.cubaencuentro.com Lunes, 28 de marzo de 2005

 
   
 
Barcelona: La hierba del diablo
La revolución cubana fue la revolución del tabaco: una bola de humo, y nada más.
por MANUEL PEREIRA
 

Y después de saborear el café, viene el tabaco en estricto contrapunteo… pero cada vez que voy a comprar cigarros tropiezo con la palabra "estanco" ampliamente rotulada en el dintel del establecimiento. España sigue usando esa palabra para designar oficialmente sus expendedurías de tabaco. Una palabra que es un vestigio de la era colonial y que siempre suscita en mí diversas emociones encontradas.

Salón
Hostal del Habano (La Habana): sólo para fumadores extranjeros.

En la Habana Vieja han inaugurado un hostal para fumadores. Se llama Conde de Villanueva, o más bien Hotel del Habano. Está en Mercaderes esquina a Lamparilla. Es un lugar encantado, con vitrales de colores, persianerías francesas, enormes helechos, pavos reales paseándose en el patio, entre muebles de estilo Tonett, lástima que sólo sea para fumadores extranjeros que pueden pagar en dólares.

Eso significa para mí la palabra "estanco", una economía estancada, que le brinda todo al extranjero y le niega todo al nacional. Pensándolo bien, nada ha cambiado desde los tiempos en que Cuba era Capitanía General de España.

En eso pienso cada vez que entro en un estanco a comprar tabaco. El gobierno cubano exporta el mejor tabaco y para el pueblo deja infumables tagarninas. Todo vale con tal de conseguir dólares.

Hay en el Museo del Prado, en Madrid, un cartón para tapiz de Goya titulado El juego de pelota a pala. En el centro de la composición, un personaje fuma un tabaco sin duda cubano. El humillo negro ya incorporado a la pintura europea. El cráneo de Goya fue usado en experimentos con garbanzos que estallaban. Curiosamente —por azar surrealista—, en el Museo de Bellas Artes de La Habana cuelga (o colgaba) un pequeño óleo de Dalí titulado Cabeza bombardeada por garbanzos.

Cuando Colón llegó a Cuba descubrió a unos indios fumando, parecían criaturas salidas de un sueño, paseándose por los bosques, en medio de la niebla, añadiendo a la bruma el humo que salía de sus fosas nasales. Cuando los primeros españoles llegaron fumando a la Península, los curas se llevaron las manos a la cabeza, enseguida dijeron que ese hábito era cosa del diablo.

Los ojos del fumador se enrojecían y echaba humo por la nariz y por la boca, como un dragón… ¿acaso no estaba claro que fumar era algo diabólico? Los curas dijeron que el tabaco era la "hierba del diablo" porque enervaba y adormecía el espíritu, reino y sede del Señor. Durante un tiempo la Iglesia española prohibió el tabaco. Hoy la nueva iglesia del pensamiento políticamente correcto intenta lo mismo. No hay nada nuevo bajo el sol.

Goya… Dalí… garbanzos… tabaco. Me seduce esa extraña sucesión.

A cualquier miembro de mi generación la palabra "estanco" —repetida por los maestros de Historia en primaria— le suena a represión, a sangre, a muerte, a vegueros ahorcados colgando de las guácimas. Hoy me suena a estancamiento económico insular. Es una palabra que me trae malos recuerdos, porque evoca prohibición, monopolio estatal, frustración nacional.

De modo que cuando entro en un estanco siempre siento que estoy entrando en un lugar infernal, en un lugar ensangrentado, como en la inscripción que Dante puso a la entrada del infierno: "ustedes, los que entran, dejad toda esperanza".

Nuestra historia está ineludiblemente ligada al tabaco. Lo saben Fernando Ortiz y Lezama Lima… y mi difunto padre, que fue despalillador. El tabaco en Cuba está racionado desde hace más de tres décadas. Fidel dejó de fumar, sin duda para durar más, para afianzar su pacto con su mejor aliada: la longevidad. Al principio todos fumaban, el Che, Camilo, Fidel… todos a mitad de camino entre Churchill y Groucho Marx. En cierta forma la revolución cubana fue la revolución del tabaco. Una bola de humo, y nada más.

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